En los mismos cuatro meses de 2019 la cantidad de billetes en circulación había caído en 509 millones de unidades, en la medida en que el Banco Central sacaba de circulación papeles de las denominaciones más bajas e incorporaba gradualmente de $500 y $1.000. Entre diciembre y abril del año pasado se sumaron 12,1 millones de unidades de billetes de $1.000 y 6,4 millones de unidades de billetes de $100.

 

La inyección de billetes no era para menos. El dinero en efectivo en poder del público crece 69% interanual, un fenómeno que fue profundizado por la cuarentena y la tendencia a mayores retiros de billetes desde bancos y cajeros por parte de personas y empresas, que se stockearon de papel moneda tanto como de otros productos básicos.

 

Con este marco, el recientemente nombrado presidente de la Casa de la Moneda, el ex gobernador mendocino Rodolfo Gabrielli, heredó el problema de su antecesor, Fernando Pereyro, quien estaba a cargo del organismo desde enero de 2019 y que no había sido reemplazado todavía a pesar de ser un funcionario de la administración de Mauricio Macri. Falta de papel suficiente, la Casa de la Moneda debió volver a importar para poder hacer frente a las necesidades de billetes. Pero el momento no es propicio a nivel global.

 

Por otro lado, y dado que la emisión monetaria masiva todavía no aceleró el avance de la inflación dada la caída en la actividad económica que generó la pandemia, la propuesta de imprimir billetes de mayor denominación no tiene grandes objeciones dentro del Gobierno por el momento.

 

La idea se le planteó a Gabrielli apenas fue convocado para el cargo. El sentido de imprimir billetes de mayor denominación es reducir costos para la propia entidad emisora, pero también para bancos, que se quejan de tener que reponer a toda velocidad.

 

El billete de $1.000, de mayor denominación actual, vale poco más de USD 14 si se toma el inaccesible tipo de cambio oficial, mientras que compra apenas USD 8 si se toma el tipo de cambio paralelo.