El chamamé fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad reconocido por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
La resolución votada este miércoles en París le abre las puertas al chamamé para seguir viajando y conquistando nuevos públicos en distintas partes del mundo. Es una distinción importante en cuanto a lo simbólico y también a lo material: se sabe que las expresiones culturales que consiguen este nivel de reconocimiento también pueden obtener facilidades en términos de fondos internacionales para la cooperación internacional.
“El patrimonio inmaterial proporciona a las comunidades un sentimiento de identidad y de continuidad: favorece la creatividad y el bienestar social, contribuye a la gestión del entorno natural y social y genera ingresos económicos”, dice la UNESCO al explicar su propia categoría. Y se puede decir todo eso sobre el chamamé, un género musical muy popular en lo que se conoce como área guaranítica, la región que va del Mato Grosso do Sul en Brasil a Paraguay y parte de Uruguay. Es decir, en la zona donde se asentaron las misiones jesuíticas que le dieron forma en diálogo con la cultura guaraní, española, africana y judía.
La candidatura del chamamé como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, propuso, entre otros puntos, “una amplia promoción de nuevos espacios y la mejora de los existentes, la transmisión de los conocimientos y técnicas conexos, la educación informal, las actividades de promoción y preservación, el apoyo a la creación de nuevas producciones de investigación, y medidas de investigación e identificación”.
Como el tango, nacional, popular y universal
Considerado durante mucho tiempo como el hermano menor del folclore argentino, el chamamé fue ocupando lugares cada vez más importantes. Tras el mboyeré que empezó a cobrar forma en la época de las misiones jesuíticas, el chamamé tal como lo conocemos nació a principios del siglo XX.
Los expertos hablan de los cuatro próceres del chamamé al referirse a Emilio Chamorro, Mauricio Valenzuela, Ernesto Montiel y Mario del Tránsito Cocomarola, que son los que sentaron las bases del género en la década del 30 y 40.
Fue a partir de los 70, con la incorporación de una camada de músicos jóvenes, que el chamamé cobró impulso y además de renovarse pudo llegar a otras provincias y ganar mayor status cultural. Algunos de aquellos jóvenes intelectuales que le aportaron nuevas capas hoy son leyendas chamameceras: Mario Bofill, Teresa Parodi, Antonio Tarragó Ros (h), Marilí Morales Segovia y Pocho Roch. A ellos les siguieron en los 90 referentes como Nini Flores, Raúl Barboza y el Chango Spasiuk, que le dieron un espíritu internacional que hace que estos sonidos sigan girando.