El 10 de octubre se realizará en Puiggari, departamento Diamante, la primera olimpíada provincial de historia, organizada por el Instituto de Formación Docente Dr. Miguel Puiggari. Para esa jornada se preparan distintas charlas de reconocidos estudiosos. El profesor Mauricio Castaldo abordará este tema: “¿Qué sabemos de historia de Entre Ríos? ¿Qué enseñamos de historia de Entre Ríos?”
Historiador, periodista, docente, militante sindical, Castaldo está escribiendo una historia regional por entregas, con sabrosos capítulos que parten de ángulos menos explorados para analizar las luchas sociales y los saberes de los panzaverdes, con especial atención en actores que a la luz de la historia oficial parecen subalternos.
Como un anticipo de esa exposición, y seguros de que las palabras de Castaldo generan debates encendidos, hoy recuperamos algunos tramos de su aporte sobre Arturo Sampay, fuente principal de la Constitución peronista del año 1949, de la que se están cumpliendo siete décadas.
Antes de Perón
Dice el docente radicado en María Grande: “En 1944, el joven abogado entrerriano Arturo Sampay se traslada a La Plata. En la universidad pública platense había realizado sus estudios de derecho. Oriundo de Concordia, realizó su curso del secundario en el Histórico Colegio de Concepción del Uruguay. La formación social católica y su militancia yrigoyenista darán paso a su adhesión activa al peronismo desde 1946. La Argentina y el mundo venían buscándole la vuelta a la profunda crisis del liberalismo, tanto en su aspecto económico como en el político. El GOU gobernaba el país desde 1943, en un momento donde la II Guerra Mundial entraba en proceso de definiciones. La derrota del nazi-fascismo en esa contienda no impedirá la influencia que los teóricos germanos del Estado y de la política en las ideas de muchos nacionalistas argentinos”.
“En su trabajo ‘La Crisis del Estado de Derecho Liberal-Burgués’, publicado en 1942, Sampay hace un fuerte cuestionamiento a la modernidad y sus contradicciones, explicando el camino negativo del racionalismo y el individualismo burgueses a la formación de los estados totalitarios. Desde otra óptica, el marxista alemán Robert Kurz, publicó en 2002 su ensayo ‘Razón Sangrienta – 20 Tesis contra la llamada ‘Ilustración’ y los valores occidentales’. El jurista entrerriano tenía una formación amplia y sólida, había profundizado sus estudios en Europa con juristas y filósofos destacados entre los que se incluyó Jacques Maritain. Con Carl Schmitt comparte alguno supuestos en la crítica al liberalismo y en el concepto de constitución, más allá de algunas diferencias. Insistimos con lo interesante que puede ser un diálogo hoy entre las ideas políticas del Schmitt leído por José María Aricó -y por Habermas- con las de Irazusta y Sampay, entre otros autores. En la base de su pensamiento siempre estuvieron Aristóteles, Santo Tomás de Aquino y la Doctrina Social de la Iglesia Católica: fue enriqueciendo esa formación con la lectura de diversos filósofos, sociólogos y juristas -entre los que se destacan varios europeos- y con el estudio crítico de la historia argentina y de la historia mundial”.
“En ese libro de 1942 –añade Castaldo-, Sampay compara críticamente las libertades antiguas y medievales -romana y cristiana con la libertad moderna y burguesa. Siguiendo a otros autores, el jurista concordiense afirma que los antiguos ‘buscaban la virtud y los modernos la prosperidad’, que el cristianismo medieval condenaba la usura, y que el riesgo de la empresa moderna es que ‘desembaraza la política de la ética’. Además de criticar al Estado liberal, el autor impugna también las violentas contradicciones que generaban los estados fascista, nazi y comunista, rescatando y valorando la experiencia corporativista portuguesa que había comenzado en 1938. Sampay se ilusionó en términos teóricos con lo que prometía el corporativismo de Oliveira Salazar: seguramente aquí tenemos una fuente de la idea de ‘comunidad organizada’ en base a la representación de los gremios y los distintos colectivos sociales. No sabemos –reconoce Castaldo- que habrá pensado después el autor con el destino del ‘Estado Nuevo’ lusitano; es probable que esa nefasta dictadura salazarista hubiera merecido una condena parecida a la del fascismo en alguna reedición de ‘La Crisis del estado de derecho liberal-burgués’. El último Sampay, que en ‘Constitución y Pueblo’ (1973) muestra más lecturas del pensamiento socialista -sin olvidar que influyó en la reforma constitucional chilena de 1971- seguramente aplaudió la Revolución de los Claveles que en 1974 liberó a Portugal de la opresión de esa larga dictadura”.
El gran ideólogo
Castaldo, dirigente de la Asociación Gremial del Magisterio –Agmer- y miembro fundador del centro de estudios Junta Abya yala por los Pueblos Libres, recuerda que con la llegada del peronismo al poder político “Sampay se incorporó al equipo del Coronel Domingo Mercante en el gobierno de la Provincia de Buenos Aires como fiscal de Estado. En esa administración, Arturo Jauretche fue presidente del Banco Provincia de Buenos Aires. La provincialización de esta entidad financiera fue producto de una dura lucha dentro del propio peronismo. El fiscal Sampay enfrentó la evasión impositiva de empresas importantes como la CADE y el Grupo Bemberg. En 1949, el peronismo impulsa una reforma constitucional con el objeto de incorporar derechos sociales y soberanos a la Carta Magna y además, permitir la reelección presidencial. El gran ideólogo de esa reforma va a ser el Dr. Arturo Sampay”.
Coincidencias y diferencias
Dice Castaldo que para el jurista y político entrerriano la Constitución no es una mera norma jurídica sino un hecho político e histórico, que se puede deconstruir en múltiples dimensiones, y que refleja la situación política, social e ideológica en la que se encuentra una sociedad; es decir, la Constitución es producto de las concepciones de los sectores dominantes o de la tensión de fuerzas políticas, sociales e ideológicas existentes.
En este sentido, “tanto Sampay como los militantes más decididos del movimiento peronista entendían que el pueblo ya tenía la madurez histórica suficiente para superar las limitaciones del liberalismo hegemónico que esa militancia asociaba al pensamiento alberdino. Con la oposición radical que comandaba Moisés Lebensohn pudieron acordar en la mayoría de las reformas que apuntaban a la reafirmación de la soberanía política y económica y a la inclusión de los derechos sociales, pero los adversarios se levantaron de la Convención cuando el peronismo empezó a tratar la reelección del presidente”.
Un artículo sin par
“El mítico Artículo 40 que Sampay redactó y defendió en la reforma tiene una historia que merece ser contada. El mismo se impuso a pesar de las reservas del propio Perón –apunta Castaldo-, que había recibido un llamado de atención de ciertos representantes extranjeros preocupados por el futuro de sus intereses. En medio de los debates constituyentes, el presidente envió a Juan Duarte a tratar de impedir la inclusión de ese artículo, pero alertado el grupo interno cercano a Sampay, el mensajero del ejecutivo fue demorado en el ingreso y Sampay apuró el tratamiento y la aprobación de ese artículo 40. El mismo decía lo siguiente: ‘Art. 40: – La organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social. El Estado, mediante una ley, podrá intervenir en la economía y monopolizar determinada actividad, en salvaguardia de los intereses generales y dentro de los límites fijados por los derechos fundamentales asegurados en esta Constitución. Salvo la importación y exportación, que estarán a cargo del Estado, de acuerdo con las limitaciones y el régimen que se determine por ley, toda actividad económica se organizará conforme a la libre iniciativa privada, siempre que no tenga por fin ostensible o encubierto dominar los mercados nacionales, eliminar la competencia o aumentar usurariamente los beneficios. Los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las demás fuentes naturales de energía, con excepción de los vegetales, son propiedad imprescriptible e inalienable de la Nación, con la correspondiente participación en su producto que se convendrá con las provincias. Los servicios públicos pertenecen originariamente al Estado, y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su explotación. Los que se hallaran en poder de particulares serán transferidos al Estado, mediante compra o expropiación con indemnización previa, cuando una ley nacional lo determine. El precio por la expropiación de empresas concesionarios de servicios públicos será el del costo de origen de los bienes afectados a la explotación, menos las sumas que se hubieren amortizado durante el lapso cumplido desde el otorgamiento de la concesión y los excedentes sobre una ganancia razonable que serán considerados también como reintegración del capital invertido’”.
Pasado y presente
Castaldo recupera una expresión del propio Arturo Sampay, en la obra “Constitución y Pueblo, de 1973: “…A pesar del fastidio que ocasiona el ocuparse de uno mismo, recordamos que como legislador constituyente redactamos el célebre artículo 40 de la Constitución de 1949 en el cual -inspirándonos en las enseñanzas de Pio XI- se ordenaba planificar la economía con miras a obtener el bien común y para que ello fuese factible, a convertir en bienes públicos a las grandes empresas del imperialismo…”
La saga contrahegemónica de Mauricio Castaldo ofrece datos del pasado con lazos hacia el presente, de modo que esta luz sobre los principios de toda una filosofía expresados a través de un concordiense notable alumbra con energía en pleno siglo 21, cuando diversos partidos oficialistas y de oposición siguen líneas neoliberales de libre mercado, más o menos en sintonía con el capital financiero y las multinacionales, y vastos sectores han naturalizado los modos de occidente como si fueran propios del mundo. La jornada del 10 de octubre en Puiggari nos permitirá ahondar en conocimientos, sucesos, personajes y procesos que en la historia más conocida aparecen un tanto desdibujados, o son sencillamente ignorados.