“No hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado” escribió alguna vez el poeta y dramaturgo alemán Bertold Brecht. Se refería a las condiciones sociales que dieron origen en Europa al fascismo, similares a las que hoy aceptan cualquier rigor que prometa defensa contra la peste y exigen “mano dura” en defensa de la propiedad.
La ópera ballet “Los siete pecados capitales del pequeño burgués”, obra de Brecht con música de Kurt Weill, fue estrenada en París en 1933, más de tres décadas después de que Mussolini creara los “fascios italianos de combate” con miembros de la clase media, y de que Hitler se uniera al Partido Obrero Alemán. En esos años el fascismo proyectaba su sombra sobre el futuro.
La ópera ballet de Brecht muestra el modo de hacer fortuna en el capitalismo estadounidense todavía en fase expansiva, cuando el sueño americano conservaba su fuerza mítica, pero muestra también el caldo de cultivo en que crecería el fascismo tan pronto aquella promesa iluminada de progreso sin fin quedara frustrada, como ocurrió en la crisis de 1929.
Aparecen en escena dos hermanas del estado de Lousiana, que son como símbolos de la fractura interna del hombre moderno: Ana I y Ana II. “No somos dos personas, sino una y la misma”. Ana I es la empresaria y Ana II es la artista. Ana I lleva una batuta en la mano y vende a Ana II en una gira. La intención es reunir dinero para construir una casa para su familia.
La división interna marcada por Brecht es el campo donde florece el fascismo, que explota y favorece los impulsos contrarios que surgen en el ser dividido. Durante la gira, la Ana artista es sometida a dura represión de sus deseos e instintos, ya que el fin de ambas es construir la casa. Al final entran en la casa, justificando las existencias que dejaron por el camino y sus propios valores pisoteados.
Despertar
El reblandecimiento del Estado, el ocaso del poder con que apareció en la Ilustración europea, su falta crónica de recursos, la inflación tumoral de su presencia en todas partes, la corrupción que siempre lo acompaña, han hecho resbalar el control social de las masas hacia las manos de grupos que generan temor y hacen que los que se sienten amenazados exijan rigor contra ellos.
Recientemente, la prensa “seria” se ocupó con métodos siempre sensacionalistas de cultivar el miedo a la expropiación de casas de campo, terrenos o chacras y ofrece cada día un menú inagotable de crímenes impunes, de delincuentes actuando en zonas liberadas, y de paso deja flotando la idea de complicidad del Estado.
Las condiciones sociales sobre las que advirtió Brecht están de vuelta y con ellas el miedo del pequeño burgués a la expropiación violenta y arbitraria por bandoleros sin control, que se refuerza con el miedo cultivado al coronavirus que los tiene encerrados, amordazados, con derechos condicionados, arruinados y enfermos.
Rebrota el miedo
Por ahora el rebrote -político, no virósico- es solo autoritario pero sin discusión: el miedo justifica todo. El gobierno parece paralizado y absorto en sus disensiones internas, pero puede ser una imagen engañosa. Cuando despierte lo que por ahora es permisividad selectiva se convertirá en látigo universal.
Según las doctrinas políticas nacidas con la Ilustración, la solución debe provenir de los ciudadanos maduros, capaces de ejercer a conciencia su función de control. Pero el mismo poder que genera miedo con su acción o su inacción, con su propaganda o su silencio, ha convertido a la población en una masa irreflexiva, pasiva, dependiente, sin consciencia, que solo quiere satisfacer sus necesidades para aplicarse a las frivolidades que están servidas como tentaciones irresistibles.
La víctima de un robo declaraba hace poco: “Si la justicia, las leyes y la policía no me defienden, me tendré que defender yo como pueda”. Es decir, tomar para sí una porción de la fuerza que es monopolio del Estado, porque éste no la ejerce o la ejerce de modo insuficiente.
La formación de grupos de ciudadanos que tomen la justicia en sus manos parece una derivación natural de un estado de cosas que terminará en el pedido desesperado de un Estado neofascista. Es la consecuencia de la multiplicación de burgueses asustados como veía Bertold Brecht.
De la Redacción de AIM.