No hay pistas. Ni rastros. Nada. Nadie sabe qué pasó con ellos. No se sabe si están vivos o muertos. Si viajaron a otra ciudad y buscaron el anonimato y la distancia. O si están más cerca de lo que nadie cree, y sepulados bajo tierra sin tumba ni cruz.
Rubén “Mencho” Gill, en 2002 de de 55 años; su esposa Margarita Norma Gallegos, de 26, y sus hijos María Ofelia de 12, Osvaldo José de 9, Sofía Margarita de 6 y Carlos Daniel de 2, fueron vistos por última vez en el velorio de un amigo de la familia, el 13 de enero de 2002, en Viale, a treinta kilómetros de La Candelaria, el campo en el que vivían y donde el hombre trabajaba como peón, en Crucesitas Séptima, departamento Nogoyá. Fue la última vez que se los vio con vida. Después, su destino es un misterio.
Este viernes 13 se cumplen 21 años de la desaparición de la familia Gill.
La Justicia nunca pudo dar con nada que condujera a correr el velo a ese misterio. La causa, dos décadas después, tiene la misma carátula que al inicio: «Averiguación de paradero».
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