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Francisco instó a los jóvenes “a no dejarse silenciar”

“Hacer callar a los jóvenes es una tentación que siempre ha existido. Los mismos fariseos increpan a Jesús y le piden que los calme y silencie”, advirtió al celebrar la misa del domingo de Ramos en la Plaza de San Pedro.

Al celebrar este domingo la misa de Ramos, que abre los ritos de la Semana Santa, el período más importante del año para la Iglesia católica, el Papa llamó a los jóvenes a no dejarse callar, silenciar o “anestesiar” por los mayores, sino a “gritar”, rebelándose a las injusticias y persiguiendo sus sueños e ideales.

“Hay muchas formas de silenciar y de volver invisibles a los jóvenes. Muchas formas de anestesiarlos y adormecerlos para que no hagan «ruido», para que no se pregunten y cuestionen”, denunció el Papa.

“Hay muchas formas de tranquilizarlos para que no se involucren y sus sueños pierdan vuelo y se vuelvan ensoñaciones rastreras, pequeñas, tristes”, agregó Francisco, en una ceremonia marcada por la presencia de más de 300 jóvenes de los cinco continentes -entre los cuales tres argentinos- que participaron de una reunión presinodal, en vista de una asamblea de obispos dedicada a ellos, que tendrá lugar en octubre.

Al recordar que hoy también se celebra la Jornada Mundial de la Juventud a nivel diocesano, Francisco subrayó que, ante este panorama, nos hace bien escuchar la respuesta de Jesús a los fariseos de ayer y de todos los tiempos: «Si ellos callan, gritarán las piedras». “Queridos jóvenes: Está en ustedes la decisión de gritar. Está en ustedes no quedarse callados. Si los demás callan, si nosotros los mayores y los dirigentes callamos, si el mundo calla y pierde alegría, les pregunto: ¿Ustedes gritarán? Por favor, decídanse antes de que griten las piedras”, exhortó, hablando ante unos 50.000 fieles.

En una jornada de sol primaveral, como es tradición la ceremonia comenzó con una procesión de palmas y ramas de olivo hasta el centro de la Plaza San Pedro, en medio de coros solemnes. Allí, donde se levanta un obelisco, Francisco bendijo las palmas y ramas de olivos que evocan la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Al término de la procesión, en la que participaron cardenales y obispos vestidos con paramentos rojos, así como jóvenes de todo el mundo, desde el sagrato celebró misa.

Su sermón, inspirado en el Evangelio del día, giró en torno del grito de quienes recibieron con alegría la entrada de Jesús a Jerusalén -el grito de los postergados que recuperaron su dignidad y esperanza- y, por otro lado, “el grito fabricado por la «tramoya» de la autosuficiencia, el orgullo y la soberbia”, de quienes luego gritaron llamando a crucificarlo. “No es un grito espontáneo, sino el grito armado, producido, que se forma con el desprestigio, la calumnia, cuando se levanta falso testimonio. Es la voz de quien manipula la realidad y crea un relato a su conveniencia y no tiene problema en «manchar» a otros para acomodarse. El grito del que no tiene problema en buscar los medios para hacerse más fuerte y silenciar las voces disonantes. Es el grito que nace de «trucar» la realidad y pintarla de manera tal que termina desfigurando el rostro de Jesús y lo convierte en un «malhechor». Es la voz del que quiere defender la propia posición desacreditando especialmente a quien no puede defenderse”, criticó.

“Así se termina silenciando la fiesta del pueblo, derribando la esperanza, matando los sueños, suprimiendo la alegría; así se termina blindando el corazón, enfriando la caridad. Es el grito del «sálvate a ti mismo» que quiere adormecer la solidaridad, apagar los ideales, insensibilizar la mirada. el grito que quiere borrar la compasión”, denunció. “Frente a todos estos titulares, el mejor antídoto es mirar la cruz de Cristo y dejarnos interpelar por su último grito. Cristo murió gritando su amor por cada uno de nosotros; por jóvenes y mayores, santos y pecadores, amor a los de su tiempo y a los de nuestro tiempo. En su cruz hemos sido salvados para que nadie apague la alegría del evangelio; para que nadie, en la situación que se encuentre, quede lejos de la mirada misericordiosa del Padre. Mirar la cruz es dejarse interpelar en nuestras prioridades, opciones y acciones. Es dejar cuestionar nuestra sensibilidad ante el que está pasando o viviendo un momento de dificultad”, recordó.

Tras concluir la misa, antes de la oración mariana del Angelus, que no recitó desde la ventana del Palacio Apostólico, sino desde el sagrato de la Plaza, el Papa recibió de algunos jóvenes el documento que elaboraron en la reunión presinodal que tuvieron durante la semana, que deberá ayudar a los obispos que se reunirán en octubre próximo en una asamblea dedicada justamente a ellos. Francisco, de muy buena forma, saludó, uno por uno, a los jóvenes de los cinco continentes, con quien charló brevemente, de muy buen humor y se sacó selfies. “Hoy no se puede concebir a los jóvenes sin los selfies”, bromeó Francisco, que cerró su sexto Domingo de Ramos con un enésimo baño de multitud al recorrer en papamóvil una Plaza San Pedro llena de entusiasmo y banderas de todos los países, en la que fue aclamado al grito de “¡Viva il Papa!”. (La Nación)

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