El anuncio de la llegada de Gustavo Santaolalla a Libertador San Martín dejó boquiabierto a más de uno y los preámbulos sobraban cuando su nombre se pronunciaba. Luego de tantas expectativas y repercusiones a través de las redes sociales, el reconocido compositor y músico, nacido en la provincia de Buenos Aires, arribó a la Universidad Adventista del Plata (UAP) el pasado martes para brindar una charla magistral.
El Salón de los Pioneros fue el lugar elegido para que el ganador de dos premios Óscar lleve adelante su disertación. Con el transcurrir de los minutos, desde la apertura de las puertas, todos los lugares se ocuparon, al punto tal que no cabía más nadie. No faltaron los estudiantes de carreras afines y aquellos jóvenes o adultos que, por simple curiosidad o interés, se veían atraídos por las palabras del productor musical.
Cintia Bertelloti, directora de la Escuela de Música, estuvo a cargo de las palabras de bienvenida: “Queremos agradecer a la UAP, en la persona de Horacio Rizzo como rector y a su vicerrector, Gabriel Pérez Schultz, por apoyar este proyecto; a la Municipalidad de Libertador San Martín, a su intendente Raúl Casali; y al Gobernador de Entre Ríos, Gustavo Bordet, por haber declarado este evento de interés cultural”.
En cuanto a la iniciativa, la profesora dejó en claro que “el año pasado surgió el nombre de Gustavo Santaolalla pero lo veíamos tan lejos y bastante imposible. En el verano empezamos a decirlo con más fuerza y se lo planteamos a la Universidad y a ellos también le asustó un poco el nombre pero nos dieron el apoyo para que lo podamos hacer. El profesor Martín Ceraolo era el que tenía el contacto de representante y entonces pudimos llegar a él”.
“A veces el formato de charla magistral asusta un poco porque las personas quieren ver a un músico cantar pero con las preguntas del público hubo una llegada distinta que generó un ida y vuelta. Gustavo tiene tanto para brindar de toda su experiencia que él mismo se explayaba en cada pregunta que le hacían. Todos los años tratamos de traer a alguien. El año pasado estuvo el Negro Aguirre, representante de nuestra música, y Lito Vitale. Intentamos ir trayendo personajes dentro de las posibilidades que tenemos para enriquecernos profesionalmente”, sostuvo en diálogo con Mirador Entre Ríos.
Palabras de un experimentado
Cerca de las ocho de la noche y una vez finalizado el video de presentación, en el cual se lo veía a Gustavo con el gran León Gieco, algunos fragmentos de la película Babel y del famoso videojuego The Last of Us al cual le puso la banda sonora, el ex integrante de Arco Iris apareció en escena. No alcanzó a poner un pie en el escenario que una lluvia de aplausos invadió el territorio. Santaolalla saludó al público presente con una reverencia y, posteriormente, se acomodó en el sillón blanco, donde lo esperaba el profesor Martín Ceraolo, quien tomó el papel de moderador.
“Estoy muy feliz de poder estar aquí en la Universidad Adventista del Plata, que tan gentilmente me ha invitado para charlar y compartir con ustedes algunas cosas que forman parte de mi historia, especialmente con la gente joven, los que están estudiando. Espero poder regresar. Me encantó la comunidad y ese momento con el coro fue realmente muy emocionante para mí”, reflexionó. Como no podía ser de otra manera, Santaolalla se despidió del auditorio con el ronroco tocando uno de sus clásicos: “De Ushuaia a la Quiaca”.
Con más de 50 años de trayectoria en el ambiente, el oriundo de El Palomar ha logrado combinar elementos del rock, folk, pop, new wave y otros ritmos de la música popular. En la década del ’60 lideró la banda Arco Iris, pionera del rock nacional en experimentar en sonoridades. Sus reconocimientos mundiales dan cuenta de su extensa trayectoria con dos consagraciones en los premios Óscar a la Mejor Banda Sonora en las películas “Babel” y “Secreto en la Montaña”, además de 19 Grammy.
—¿Qué le aconsejaría a un joven que recién está comenzando?
—Primero, tener una ética de trabajo, una disciplina. Yo no soy de la idea de estar sentado en un sillón, esperando que se me encienda la lamparita sino sentarse en el banco y trabajar hasta que, finalmente, se produce la conexión. También hay un compromiso con lo que vos queres hacer y que, en definitiva, te lleva a tomar esa decisión. Lo segundo tiene que ver con la identidad, o sea, quien quiero ser yo dentro de lo que hago y cómo me quiero manifestar. Por último, mantenerse fiel a eso pase lo que pase, con constancia y paciencia.
—¿Cómo fueron tus inicios en la música?
—Vengo de una familia muy musical, mis padres tenían buen oído, pero por sobre todo mi madre. No eran músicos, eran compradores de discos. En mi casa todas las semanas había un disco nuevo y estoy hablando de los discos de pasta. Mi abuela me regaló mi primera guitarra. Yo empecé a tocar a los cinco años. Fue ahí donde encontré una conexión muy fuerte entre la música y la espiritualidad, que es algo que me acompaña hasta el día de hoy. Aunque era muy buen alumno en la escuela, ya que nunca me llevé ninguna materia, es decir no es que tenía problemas para estudiar, en lo musical tenía un problema en lo académico, quizás por la forma en que me lo enseñaban. En aquel momento era una lucha tremenda con la maestra. Tenía mucha facilidad para aprender un instrumento ya que tenía mucha memoria y a los 10 años empecé a componer mis primeros temas.
—¿Tuviste apoyo de tu familia?
—Siempre tuve un apoyo muy grande de mi familia. El núcleo familiar es importantísimo para todo. Tuve la suerte de que mis padres siempre me apoyaron comprándome un instrumento, alentándome o pagándome para poder ir a grabar un demo. Cuando le dije a mis padres que me quería dedicar a la música fue un momento conflictivo, pero lo pudieron absorber, aunque sentí que entraron en un momento de crisis. Tuve la suerte de que mi padre me viera tocar en el Coliseo.
—¿Cómo fue ese vínculo con la espiritualidad?
—A los 11 años tuve mi primera crisis espiritual por cuestionamientos propios y a los 18, ya estando en Arco Iris, llevé prácticamente una vida monástica. Eso fue hasta los 24 años. No tomábamos alcohol, no comíamos carne, no ingeríamos ningún tipo de sustancia, ayunábamos una vez a la semana, practicábamos yoga y el celibato. Fue una vida de mucha disciplina. En este momento, estoy estableciendo lazos entre el mundo del arte, el sonido con la espiritualidad, la ciencia y la tecnología. Comencé a hacer discos profesionales a los 17 años, donde inicié mi carrera de artista y productor simultáneamente. Un artista es un transmisor y qué mejor que estar lo más atento, lúcido y sano posible para convertirse en un mejor transmisor.
—Además de músico decidiste dedicarte a la producción…
—A mi me interesó siempre el tema de la producción y me pegó muy fuerte el hecho de trabajar con músicos que no les interesaba salir en la tele ni grabar discos. Hacían música porque era una forma de expresión de vida y que si no hacían música se morían, por decirlo así. Cuando vuelvo a Estados Unidos decido poner mi talento al servicio de la gente. Durante muchos años vivía obsesionado con una sola cosa y en esa obsesión me daba cuenta de que me estaba dañando no sólo a mi sino también a la gente de mi alrededor y al proyecto.
Cuando tenes una gran fuerza delante tuyo y que se opone a lo que queres hacer, tenes que esperar con paciencia a que esa fuerza se debilite y ahí avanzar. La otra es correrse al costado y avanzar en ese sentido. Correrse al costado es diversificarse, de pronto te encontrás haciendo tres o cuatro cosas al mismo tiempo que fue lo que me pasó a mí.
—¿Cuál es la esencia de la obra de Santaolalla?
—La identidad es algo que me parece importantísimo. Desde Arco Iris nos habíamos dado cuenta que teníamos que cantar en nuestro idioma y que no podíamos cantar en ingles. No tenía sentido si queríamos comunicarnos con nuestra gente y no sólo era cantar en nuestro idioma sino también tocar. Entonces comencé a fusionar el rock, que era el lenguaje de los jóvenes, con el evento del folclore nuestro, con chacareras y demás. Si bien hoy es algo normal, en aquel momento fue algo muy resistido.
Siempre me ha motivado lo de la identidad. Creo que es importante encontrar quienes somos, de dónde venimos y reflejar eso en lo que hacemos. El último ejemplo de eso es el tema que hice para un videojuego. Hoy tengo chicos de 10 o 12 años que me escriben “no sabía que cantabas” o “sólo te conocía por el videojuego”.
—¿Cómo tomás el tema de los reconocimientos?
—Tuve la suerte también, de manera orgánica, de entrar en el mundo del cine y por la intuición me di cuenta que no hacía falta hacer 50 películas para ser reconocido sino que hacía falta tener algo que tuviera mucha identidad y que tocara cosas que habitualmente no se veían como la utilización del silencio en “Secreto en la Montaña”. Luego de los premios BAFTA, me nominaron para “Secreto en la Montaña”, una película que durante diez años nadie la quería hacer por la temática con una historia tan americana, dirigida por un director chino, fotografiada por un mexicano y la música de un argentino. Esa música conectó mucho con la gente.
—¿Qué podés contar de los premios Óscar?
—En 2006 estaba nominado con John Williams, compositor de Star Wars, Indiana Jones, ET Extraterrestre, Harry Potter, entre otros. Es el hombre con mayores nominaciones después de Walt Disney. Tiene 45 nominaciones a los Óscar y cinco ganadas. Todas las veces que iba ganaba Williams. Esa semana de la entrega estaba tan nervioso que no podía dormir y caminaba por mi casa diciéndome en voz alta: “And the winner is John Williams” porque no quería, cuando me enfocara la cámara, desanimarme o colapsar. Llegó el día y era como jugar la final del mundo o pelear contra Muhammad Alí. Me aprendí el discurso que tenía que hacer, después de haber recibido un DVD donde aparecía Tom Hanks explicando todo el protocolo. Por suerte todo salió bien y ese es el momento que tenes para agradecer a toda la gente que trabaja con vos porque hay muchas personas involucradas. Son los que no salen en las fotos, a los que no les hacen reportajes. La segunda nominación al Óscar tenía que ser como Maradona, aunque sea con la mano lo meto pero ya fui con otra actitud.
—¿Y de los Grammy?
—La primera vez que me nominaron para un Grammy, que fue con el primer disco de Café Tacuba hace 27 años más o menos, pensé que estaba tocando el cielo. No lo podía creer. En el momento que perdí, te juro que pensé “ya fui”. Esta fue mi gran oportunidad y no fue. Después pensé “nunca hice nada para ganar un premio”. Siempre lo hice porque lo quería hacer. Empecé a tomar las cosas con paciencia y tranquilidad. Hoy tengo 19 Grammy, de los cuales 17 son Latinos.
José Prinsich
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