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Homenaje al almacén de Lucas Sud de los Beltrame

Como muchos almacenes de campo en Entre Ríos, el establecimiento de Delio Beltrame cerró sus puertas el día en que su propietario falleció. Por eso, en esta crónica proponemos compartir, en una suerte de homenaje, la historia de un almacén emblemático en el centro de la provincia, y del hombre que durante muchos años lo mantuvo abierto más como un testimonio a las antiguas tradiciones rurales que por una actividad económica rentable, y también de lealtad a su recorrido por la vida.

 

 

 

 

Aquel viejo almacén

Una antigua fotografía en blanco y negro que retrata a don David Beltrame, iniciador de este almacén de campo instalado en Lucas Sud desde los años ‘30, nos recibe cuando trasponemos las puertas de uno de esos rincones de Entre Ríos que parecen detenidos en el tiempo.

“El origen de este almacén fue una sociedad de mi padre con un señor de apellido Zaburlin. Y el almacén de Lucas Sud era una sucursal de aquel emprendimiento comercial que tuvo hasta un molino harinero” nos cuenta Delio Beltrame, quien heredó la responsabilidad de seguir con el boliche a la vera de la ruta provincial 20, la que une Federal con Villaguay y que más hacia el sur recorre algunas de las colonias judías entrerrianas.

“En 1932 abrió el almacén y allí se instaló don David. Estamos hablando de un campo con mucha población, numerosas familias que vivían y producían en la zona rural” recordaba entonces Delio.

 

 

 

 

Testigo desde niño de aquel campo, los recuerdos se amontonan y fluyen en anécdotas que desgrana mientras pasa sus manos sobre el lustroso mostrador de madera, espectador silencioso de tantas vivencias acumuladas a lo largo de muchas décadas de trabajo.

“La familia de entonces podía vivir con poca tierra, alcanzaba para sostenerse. Hoy eso es imposible y por eso la migración hacia las ciudades” nos decía en aquel diálogo generoso en historias, donde la nostalgia por el tiempo pasado eran huellas en el semblante del hombre responsable de mantener las puertas abiertas del más antiguo de los almacenes de Lucas Sud.

Curioso nombre el de este paraje. Lucas, Sur o Norte pero Lucas, como le llaman en el pago chico, es un afluente de la margen izquierda del río Gualeguay, en el distrito Lucas al Norte, una zona del departamento Villaguay, que hace referencia –según el historiador Pérez Colman- a Lucas de Torres, conquistador hacia 1659. En tanto Ibáñez lo relaciona con Lucas Broin de Osuna, habitante de la zona en el siglo XVIII. Lucas Sud o Sur es el distrito que tiene como referencias geográficas al arroyo Paraíso y a la ruta provincial 20, se señala en el “Índice sintético de la toponimia entrerriana” de Bourlot y Bertolini.

En aquel encuentro don Delio nos contaba sobre las actividades agrícolas y ganaderas que permitían que los pequeños productores pudieran cultivar la tierra. “Les alcanzaba para vivir con la dignidad de entonces. Por eso había mucha población, pero eso ahora ya no funciona”, sentenciaba.

 

 

 

 

Los profundos cambios en la producción agrícola, los tiempos de nula rentabilidad, la industrialización en los grandes centros urbanos con necesidad de mano de obra junto con políticas que no fomentaron la permanencia del pequeño productor fueron despoblando el campo, provocando la migración rural hacia las ciudades. Se podría agregar el cierre de los ramales ferroviarios, que “crearon” muchos pueblos fantasmas en Entre Ríos. En ese contexto, los almacenes de ramos generales, como el de los Beltrame, sobrevivieron más por la voluntad de seguir que por la conveniencia que dictan las leyes de la economía en cualquier lugar.

La charla en aquel mediodía abrazador estuvo matizada con la llegada de Mario, un paisano que hacía la pausa en sus labores rurales y concurría a la liturgia de cada día en el templo de los Beltrame. Alpargatas, bombacha, camisa y boina bien calzada, el hombre pide tabaco, saca papel o seda para amar un cigarrillo y comienza el ritual único de disfrute de la pitanza, ese momento de sosiego acompañado de un vaso de tinto que don Delio sirve sin preguntar, porque es el rito cotidiano, el aperitivo que dicta la hora.

 

 

 

 

“La yerba venía en cilindros de 25 kilos y por supuesto, se vendía suelto, al igual que el azúcar; el fideo en cajas de madera de 10 kilos, harinas en bolsa…la mayoría se vendía de a uno o dos kilos. La gente venía con su bolsita y llevaba la mercadería”.

El edificio del almacén, como tantos otros a lo largo y ancho de la geografía entrerriana, es una construcción con ochava, un poco metido en el terreno pero bien visible desde la ruta provincial 20. La fachada original, con paredes de ladrillos ya gastados por tantos vientos y lluvias en décadas, permanecía intocable. Un cartel herrumbrado sobre la puerta, donde apenas se leía la marca de la gaseosa más vendida, dejaba un lugar para indicar que era el “Almacén. Ramos Generales. Delio Beltrame”.

El antiguo bolicho no solo conservaba el clásico mostrador, también una increíble balanza de bronce y de dos platos en perfecto estado y en uso, al igual que un más “moderna”, de un plato y de la marca “Bianchi”. En las estanterías, que cubrían las altas paredes del almacén, se observaban los paquetes de harina, cajas de Quaker y Vitina, además de los clásicos frascos para guardar caramelos.

Bastos, cojinillos, bozal, cabestro, pretal, estribo, lazos y todo lo que se utiliza para empilchar al caballo lucían en un sector, en tanto que baldes y regaderas de zinc reluciente esperaban allá en lo más alto de las estanterías por el cliente, haciendo honor a la razón social: Almacén de Ramos Generales.

 

 

 

 

En aquella visita, don Delio ya nos decía que el movimiento económico en el almacén de Lucas Sud era prácticamente “nulo, la gente se va a las localidades más grandes y compra en los supermercados y no podemos competir con eso, hasta tuvimos que dejar algunos rubros porque ya no convienen”, señalaba mientras miraba por la puerta hacia el camino y un poco más allá, el horizonte rural de siempre, en esa tierra que lo vio nacer, crecer y permanecer, los pagos de Lucas.

Propietario de su casa y de un campo que le producía otros ingresos, mantener abiertas las puertas del establecimiento respondió a razones mucho más profundas, más vinculadas al amor por su tierra, su lugar en el mundo, allí en el pago chico, en ese camino polvoriento cargado de recuerdos de un tiempo que ya se fue, por el que transitaron carros, sulkys, tractores, cosechadoras, camionetas, y muchos hombres de a caballo.

Una Hesperidina cortada con soda selló aquel encuentro. Don Delio dejó su última expresión en un reportaje inesperado para él, cuando cronista y camarógrafo debían cubrir una jornada a campo de un semillero de la zona. “Mis hijos están en otras actividades así que no hay continuadores para estar acá. Me imagino que cuando no pueda andar más la historia se termina”, nos dijo entonces. El brindis y el deseo de una próxima visita que nunca se repitió cerraron aquel momento que hoy recordamos.

 

 

 

 

El dato del viejo almacén de Lucas Sud, publicado en el suplemento gráfico de “La Hora del Campo” por el colega Miguel Sesa – recientemente fallecido- motivó un intervalo para acercarnos al boliche, estacionar a la sombra de un paraíso y registrar la historia (que se puede ver en el canal de YouTube de Campo en Acción), un registro que hoy transformamos en una crónica de homenaje al hombre y a la mujer de nuestro campo.

Utilizando la alegoría que el mismo don Delio Beltrame nos había expresado, en 2019 nadie quedó detrás del mostrador en Lucas Sud. El viejo almacén, mojón de un tiempo -que en la historia de la humanidad suele ser un instante- y abierto durante casi 90 años, testigo de tantos encuentros del criollo y del gringo inmigrante, de copas y trucos, de charlas y reuniones, de la visita cotidiana de Mario, el peón rural que armaba su cigarrillo y disfrutaba de la pitanza en lo de don Delio, “ya no pudo andar más” y cerró definitivamente sus puertas.

Guido Emilio Ruberto / Campo en Acción

 

 

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