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La furia moralizante inunda las redes sociales

La furia moralizante inunda las redes sociales de una forma en la que resulta ridícula y muy poco productiva para las personas implicadas. Naturalmente, tendemos a juzgarnos unos a otros y esta actitud ha aumentado considerablemente con el auge de las redes sociales. Así, amamos y compartimos mensajes llenos de sabiduría, mientras deploramos y denunciamos las conversaciones inmorales.

Además, estas invectivas, que en la mayoría de los casos involucran a personas que ni siquiera se conocen, son mucho más violentas que las que se suelen observar en la vida real. Probablemente, porque hay poco riesgo en publicar un comentario indignado en internet.

Esta denuncia de ultrajes morales tiende a ser cada vez más frecuente y vehemente. Sin embargo, la vehemencia con la que se denuncia en las redes sociales se torna en gran indiferencia en la vida real en la mayoría.

Una hipertransparencia que está creando miedo en los usuarios
En unos pocos años, las plataformas de redes sociales han pasado de ser nuevos modelos brillantes de la virtud de internet a flagelos despreciados en todo el mundo. Alguna vez se les atribuyó el fomento de una sociedad civil global y el derrocamiento de gobiernos tiránicos.

Ahora, sin embargo, se les culpa de una increíble variedad de males sociales. Además de las preocupaciones legítimas sobre las violaciones de datos y la privacidad, otros males (discurso de odio, adicción, ciberbullying y la destrucción de la democracia misma) se están poniendo en el umbral de las plataformas de redes sociales.

¿Por qué se culpa a las redes sociales de estos males? Las actividades humanas que se coordinan a través de estas, incluidas cosas negativas como la intimidación, los chismes, los disturbios y las relaciones ilícitas, siempre han existido.

En el pasado, estas interacciones no eran tan visibles ni accesibles para la sociedad en su conjunto. Sin embargo, a medida que estas actividades se agregan en plataformas comerciales públicas a gran escala se vuelven muy visibles para el público y generan registros que se pueden almacenar y buscar. En otras palabras, las redes sociales hacen que las interacciones humanas sean hipertransparentes.

Esta hipertransparencia genera lo que se llama la falacia del control externo. La sociedad responde a comportamientos aberrantes que se revelan a través de las redes sociales y exige la regulación de los intermediarios en lugar de identificar y sancionar a los responsables de los malos actos.

El pánico moral
El asalto a las redes sociales constituye un caso de libro de texto de pánico moral. Los pánicos morales son definidos por los sociólogos como “el estallido de preocupación moral por una supuesta amenaza de un agente de corrupción que no guarda proporción con su peligro real o daño potencial”.

Si bien los problemas señalados pueden ser reales, las afirmaciones “exageran la gravedad, el alcance, la tipicidad y/o la inevitabilidad del daño”. Presa del pánico moral, el sociólogo Stanley Cohen dice que “lo atípico se convierte en típico”.

Las exageraciones se construyen sobre sí mismas, amplificando los miedos en un ciclo de retroalimentación positiva. Los proveedores del pánico distorsionan la evidencia fáctica o incluso la fabrican para justificar (sobre) reacciones a la amenaza percibida.

Uno de los aspectos más destructivos de los pánicos morales es que con frecuencia dirigen la indignación hacia un solo objetivo fácilmente identificable cuando los problemas reales tienen raíces más complejas. Una revisión sobria de las afirmaciones que actualmente se presentan sobre las redes sociales encuentra que cumplen todos estos requisitos.

De furia moralizante a propagación de noticias falsas
Un tsunami de información siempre activo y en tiempo real crea el entorno perfecto para la propagación de falsedades, teorías de conspiración, rumores y “filtraciones”. Las afirmaciones y las narrativas sin fundamento se vuelven virales, mientras que los esfuerzos de verificación de hechos luchan por mantenerse al día.

Es posible que los miembros del público, incluidos los periodistas de investigación, no tengan la experiencia, las herramientas o el tiempo para verificar las afirmaciones. Para cuando lo hagan, es posible que las falsedades ya se hayan incrustado en la conciencia colectiva. Mientras tanto, nuevos escándalos o afirmaciones extravagantes llueven sobre los usuarios, mezclando realidad con ficción.

Desde este punto de vista, la serpiente de las redes sociales nos ha expulsado de un edén de racionalidad y moderación. En respuesta, uno podría preguntarse: en la historia humana, ¿qué medio público no ha mezclado los hechos con la ficción, no ha creado nuevas oportunidades para difundir falsedades o no ha creado nuevos desafíos para la verificación de los hechos?

Acusaciones similares se hicieron contra la imprenta, el diario, la radio y la televisión; la afirmación de que las redes sociales están degradando el discurso público exagera tanto la singularidad como el alcance de la amenaza. Las redes sociales y su contenido nocivo tienen sus particularidades, al igual que las tienen otros medios audiovisuales.

¿Cómo se manifiesta esta intolerancia excesiva e inapropiada a la conducta inmoral?
Algunas personas critican constantemente los comportamientos y las palabras de los demás con una especie de furor moralizador. Más precisamente, podemos distinguir tres tipos de moralistas excesivos en las redes sociales:

Absolutistas: aplican las mismas reglas morales independientemente del contexto. De hecho, su juicio no se matiza dependiendo de la situación.
Perfeccionistas: sus criterios para que una conducta sea juzgada como moral son cada vez más exigentes. Entonces, al final, nadie puede cumplir con sus condiciones.
Abusivos: ven el mal en todas partes y hacen juicios morales donde no hay razón para hacerlo. Incluso pueden informar un comportamiento completamente inofensivo, como escuchar música.

Además, la tendencia a juzgar a los demás es también una forma de ocultar nuestras propias debilidades. De hecho, es más probable que nos indignemos cuando nos sentimos culpables por un comportamiento inmoral.

Es decir, tendemos a buscar deliberadamente razones para la indignación (p. ej., leer más tabloides) para mejorar la imagen que tenemos de nosotros mismos. Esto nos reafirma en nuestra superioridad moral.

¿Por qué estas prácticas moralizantes son cada vez más frecuentes y virulentas?
La grandilocuencia moral se asocia a menudo con cierto narcisismo y una búsqueda de prestigio. De hecho, defender los valores morales es una excelente manera de distinguirse y elevar el estatus social al forjarse una reputación como persona respetable. Así, la necesidad de reconocimiento lleva mecánicamente a moralizar la superioridad en un grupo social.

Por ejemplo, si alguien denuncia los comentarios sexistas de un político, al mismo tiempo está demostrando sus valores igualitarios. Y este puesto es también una oportunidad para que los demás miembros del grupo demuestren su compromiso apoyándolo.

Pero para distinguirse de los demás miembros y mostrar su total devoción a los valores morales defendidos por el grupo al que pertenecen, es necesario ir más allá en redes sociales.

Denunciar siempre con virulencia las actitudes más inocuas hasta estigmatizarlas. Sin embargo, si todos tratan de sobresalir, entonces estamos presenciando una verdadera carrera armamentista interminable y ultraviolenta hacia la pureza moral.

Un entorno excesivamente homogéneo crea violencia
Un artículo publicado en Social Psychological and Personality Science informa que las redes sociales pueden crear un vínculo fuerte y aumentar la probabilidad de radicalización.

“En nuestra investigación, descubrimos que cuantas más personas se encuentran en entornos moralmente homogéneos, es más probable que recurran a medios radicales para defenderse a sí mismos y sus valores”, dice el autor principal, el Dr. Mohammad Atari.

Las personas que se encuentran en una “burbuja”, por así decirlo, en la que sus ideas, creencias y valores se ven fuertemente reforzados, podrían llegar a formar un vínculo visceral con su grupo interno. En estas situaciones, las personas pueden participar en actos radicales para defender a su grupo.
Fuente: La Mente es Maravillosa

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