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La inmunidad de grupo y el rebaño de asesores

La pandemia de Covid 19, declarada el 20 de enero de este año, dio lugar por primera vez en la historia a una cuarentena de sanos, que en nuestro país dura ya casi siete meses a pesar de que su eficacia para contener los contagios no parece significativa y el virus está fuera de control.

La cuarentena ha sido sí eficaz para dejar sin trabajo a a mucha gente, propietarios por lo general de pequeños negocios, changarines y también a profesionales, y por primera vez ha impedido un ciclo entero el dictado de clases a todo nivel.

La ciencia expone, dispone y descompone
Uno de los resultados de la pandemia ha sido la aparición en los medios masivos de prensa de médicos, infectólogos, epidemiólogos y otros especialistas, algunos de ellos asesores del gobierno nacional, que lanzan opiniones que al principio reclamaban para sí el prestigio de la ciencia.

La gente común tiene una alta idea de la ciencia, de la que se mantiene distante pero que supone un sistema de verdades bien establecidas, sin discusión, y sobre todo útiles para resolver problemas vitales y mejorar la calidad de vida y el confort. Por eso hubo sorpresa al ver aparecer entre los especialistas diferencias de concepto inesperadas y muy serias y luchas que más se parecían a las habituales de los mentideros políticos, a la que todos estamos habituados como cosa natural entre los que aspiran más al poder que al conocimiento.

No se necesitó mucho para ver que los especialistas se contradecían, que otros médicos y científicos no compartían sus opiniones aparentemente bien fundadas y denunciaban sobre todo desde las redes sociales que operaban sobre el poder del Estado a favor de intereses particulares muy importantes.

Aparecieron divergencias de apariencia científica que pronto mostraron una descarnada finalidad económica, que en el caso de algunos asesores se materializaba a través de la influencia directa sobre las decisiones políticas.

Poco a poco, se fueron diluyendo algunas ideas que parecían bien establecidas por los propios especialistas, como el “amesetamiento” de la curva de contagios, es decir, la permanencia de los casos nuevos en cierto nivel, seguido de la declinación una vez alcanzado el “pico”, es decir, el valor máximo de contagios en un día, el máximo matemático de la curva.

Hoy ya no se habla de pico, cuya llegada parece librada a la voluntad divina, de modo que más que un concepto científico es una idea lanzada al modo de una zanahoria ante el hocico de un burro al que se quiere hacer avanzar solo para provecho del dueño que va sentado en su lomo.

Esperemos al pico, que luego vendrá la cuesta abajo y el retorno a la buena vida de antes. Pero este pájaro no tiene pico, la cuesta abajo se demora para el 30 de febrero y las sospechas sobre la vida futura son oscuras, si no fúnebres.

Esa por lo menos es la idea que suele quedar cuando aparece la desilusión y la gente que confió en la ciencia y sus consejos trata de ver con la objetividad posible qué tiene en realidad entre las manos.

Otra idea que en su momento tuvo cierta circulación pero luego fue también abandonada por los asesores que fatigan las pantallas fue la de “inmunidad de rebaño”, que nunca les fue simpática quizá porque no marchaba en la misma dirección de la vacuna, fuente generosa de lucro, presentada como la verdadera solución, aunque ahora hay dudas también sobre ella.

Cuando la cuarentana no superaba el mes en la Argentina, el ministro de salud israelí apareció en un canal de noticias afirmando que la pandemia quedaría bajo control en dos o tres meses, cuando hubiera un número suficiente de contagios como para lograr la inmunidad de rebaño. Pero no se vio más al ministro y el lugar siguió ocupado por los que hablaban de hospitales desbordados, cadáveres tirados en las calles, virus circulando invisibles pero peligrosos por el aire, reclusión responsable obligatoria sin término y salvación por la vacuna.

Los comienzos
En los orígenes de la inmunología, Jenner y Pasteur sospecharon que sería posible erradicar algunas enfermedades infecciones si se vacunaba a suficientes personas como se había hecho contra la viruela, el primer gran éxito en esta materia.

La idea prendió de inmediato en los encargados de cuidar la salud de los ganados, los veterinarios, que la aplicaron con el nombre de “inmunidad de rebaño” porque se refería al ganado. A partir de allí, el camino a la inmunización de poblaciones humanas estaba abierto con la intención de evitar las devastaciones que en otras épocas provocaron las epidemias.

Sin embargo, la inmunidad de rebaño no es fácil de instrumentar en la práctica: no lo fue con la viruela, la poliomielitis ni el sarampión ni ahora con el Covid 19. Solo dos enfermedades fueron erradicadas: la peste bovina y la viruela.

La investigadora Virginia Pfizer, especialista en modelos matemáticos sobre temas sanitarios de la universidad estadounidense de Yale, ofrece una solución de compromiso: la inmunidad de rebaño no es suficiente porque merma con el tiempo y porque nacen niños que se suman a la población. Por eso, hay que sumar la inmunidad que da la vacuna para lograr que el virus merme o desaparezca.

Teorema del umbral
Generalmente, inmunidad de rebaño pretende aludir al llamado teorema del umbral, que en este caso implica que para detener al Covid 19 es necesario inmunizar al 75% de la población, porcentaje en que no todos acuerdan.

Por ejemplo: un microbio llega a una población donde todos son susceptibles, por ejemplo la viruela a los habitantes de nuestro continente en 1492, cuando llegaron los españoles. Entonces cada infectado contagia a otros cuatro, pero para aplanar el crecimiento del brote, los afectados deberían infectar a una de cuatro personas. Así sería si tres de cada cuatro fueran inmunes.

Cada virus tiene su propia tasa de contagio, y por consecuencia su propio umbral de inmunidad de grupo. En el caso del sarampión, cada enfermo puede contagiar a 18 sanos: su umbral es del 94 por ciento. La polio tiene una tasa de contagio de siete y un umbral del 85 por ciento. Si se alcanzan estos porcentajes de inmunización no se podrá desencadenar un brote sostenible.

Sin embargo, el teorema supone que cada persona en una población se encuentra en contacto con otras de forma igualitaria y expulsa un virus infeccioso de la misma forma. Este supuesto no se cumple en la realidad, de modo que la práctica indicó que más a que todos los que rodean un caso a cierta distancia había que inmunizar a los que estuvieron en contacto directo con el enfermo.

A pesar de que nadie sabe cómo se propaga el virus entre gentes que caminan por la calle, es aceptable que cuando hay suficientes inmunizados los demás están también protegidos porque la infección tiene pocas chances de propagarse.

Esta propiedad permite proteger a recién nacidos, mujeres embarazadas y a las personas con sistemas inmunitarios debilitados, que no pueden recibir ciertas vacunas.

La inmunidad de grupos
El efecto primero de la inmunidad de grupo es disminuir la cantidad de portadores y también aumentar la eficacia de la vacuna.

Al principio de la pandemia hubo estimaciones de que el 70 por ciento de la población o más tendría que desarrollar inmunidad antes de que el Covid19 estuviera bajo control.

Pero luego hubo otros científicos que expusieron otro punto de vista: dijeron que el umbral de inmunidad de rebaño para el Covid es del 50 por ciento o menos, y otros llegan a decir que podría ser del 10 al 20 por ciento.

Los cálculos iniciales para dicho umbral se basaron en suposiciones de que todos tienen la misma susceptibilidad y se mezclarían de manera aleatoria con otras personas; al considerar los escenarios reales en la ecuación, el umbral disminuye de manera significativa.

En Suecia, donde no se instrumentaron medidas restrictivas de la libertad ambulatoria se ha sugerido que han logrado la inmunidad de rebaño, y la epidemia de covid-19 casi ha terminado.
De la Redacción de AIM.

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