El decreto del delegado apostólico fechado en agosto de 1858 dispuso, además del desmembramiento, la creación del Vicariato Apostólico paranaense y en junio del año siguiente, mediante Bula Papal, se ordenó constituir la residencia del Obispado en la “ciudad civil llamada Paraná, capital de la Confederación Argentina, adornada por lo mismo de más excelentes prerrogativas, y dotada de las comodidades, auxilios y otras circunstancias muy conducentes a la Residencia Episcopal”. Entre otras disposiciones, se instituyó en Catedral a la iglesia matriz y se fundó el Seminario Diocesano. En junio de 1860 asumió como primer Obispo Monseñor Luis José Gabriel Segura.
Gestores y protagonismos
La construcción que albergaba a la iglesia matriz se había levantado en la década de 1820 y, si bien era el primero realizado con materiales tradicionales luego de una sucesión de ranchos de efímera duración, era de pequeña escala para desempeñar el nuevo rol asignado.
Una sucesión de hechos entre los que se destaca la pérdida de los atributos de Capital Nacional de Paraná demoró la decisión de pensar en un nuevo edificio. Recién en 1882 el Obispo Monseñor Gelabert y Crespo designó una comisión encargada de arbitrar fondos y dirigir la construcción de la nueva Catedral. Para ello se realizó un llamado a concurso del que resultó ganador el proyecto del arquitecto Juan Bautista Arnaldi. La piedra fundamental se colocó el 1° de enero de 1883. El nuevo edificio se levantó sobre un área mayor que la que ocupaba el viejo templo, para lo que fue necesario adosar un terreno contiguo.
Las obras se desarrollaron en un tiempo corto comparado con la magnitud de la empresa, pero primó el criterio de habilitar sectores por etapa. Así la Catedral se inauguró en 1886, aunque sin los detalles finales.
El financiamiento fue posible merced a la colaboración del Gobierno Nacional y Provincial, los aportes de la feligresía a través de suscripciones públicas, fondos de cooperadoras y venta de propiedades a lo que se sumaron donaciones para la ornamentación interior y exterior como altares, barandas, imágenes, luminarias, estatuas, entre otras tantas.
Oficios y materiales
La Catedral es un ejemplo de lo que se conoce como la gran fábrica heredada de los talleres catedralicios de tradición medieval. El registro de compra de materiales en diferentes lugares, los recibos de pago a diversos artesanos y la participación de constructores, como Luis Sessarego y Agustín Borgobello, documentado en el libro de fábrica, da cuenta de la magnitud de la obra.
Ladrillos, arena, maderas para carpintería, artículos de ferretería y hojalatería fueron comprados en el mercado local, mientras Rosario, Buenos Aires y Córdoba fueron proveedores de mármoles y pizarras. Otras componentes especiales llegaron desde Europa: buena parte de las columnas y capiteles de mármol de las canteras y talleres italianos, mientras los vitrales fueron realizados en Francia.
La manufactura estaba dividida por gremios: albañilería (facturada como “obra de mano”), herrería, ornamentación, corte y tallado de mármoles, ejecución de moldes de madera para fabricación de piezas especiales como ladrillos curvos.
La obra de carpintería artística correspondió a los talleres de Carlos Pibernat, destacándose en especial la puerta central que fue premiada en la Exposición Industrial de Paraná en 1887. La casa Julio Bergés y Cía. se encargó de la provisión y colocación de los vitrales provenientes de Toulouse.
La complejidad del transporte no sólo se relacionaba con las grandes distancias que se recorrían por vía marítima, fluvial y ferroviaria sino la que debía cubrir el trayecto desde el puerto de Bajada Grande hacia el centro que, por la topografía de la ciudad, transformaba el recorrido en una riesgosa travesía.
Una obra monumental
La planta del edificio ocupa un rectángulo de 39 metros de frente por 75 de fondo. El esquema es de tipo basilical en el que se inscribe una cruz latina, conformada por dos brazos que se cruzan dando lugar al tambor que sostiene la cúpula. La nave central, separada de las laterales mediante una sucesión de pares de columnas, es de mayor altura y remata en forma de abside en el presbiterio.
La sucesión de columnas a igual distancia define módulos en los que se ubican los altares profusamente ornamentados. En la teatralidad del espacio juega un papel fundamental el ingreso de la luz a través de las grandes vidrieras de colores y de las linternas dispuestas en bóvedas y cúpulas que proveen iluminación cenital.
En el exterior el edificio se retira de la línea de edificación dando lugar a una generosa escalinata, que conduce al atrio donde se encuentra la estatua de San Pedro, antesala de la loggia que articula el exterior con el interior. Dos galerías laterales separan la construcción de sus vecinas.
La fachada se compone de un frontis sostenido por seis columnas articuladas por arcos de medio punto y flanqueado por dos torres coronadas por cupulines. En el centro de la composición emerge la cúpula apoyada sobre el tambor y coronada por la linterna. Está tratada, al igual que los cupulines de las torres, con nervaduras que delimitan gajos revestidos en mosaicos azules.
El arquitecto
Juan Bautista Arnaldi (Porto Maurizio 1841 – Buenos Aires, 1915) formado en Génova llegó a la Argentina a fines del siglo XIX. Su obra, mayoritariamente religiosa, abarca también otras temáticas como viviendas, teatros y escuelas y se inscribe en el eclecticismo historicista.
San Pedro
La estatua de San Pedro, donada por León Sola, fue realizada por el escultor genovés Doménico de Carli, conocido por su estatuaria funeraria. Llama la atención el contraste entre lo delicado de las formas y la dureza del material. Así se percibe en el tratamiento de las manos, los dedos en equilibrio o sosteniendo las llaves; la tiara y los encajes del atuendo.
Mariana Melhem
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