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La vuelta

La finalidad de la ciencia es conocer, pero más todavía dominar, en particular al hombre, en el caso de la ciencia moderna. Esa es al menos la opinión de Michel Foucault, pensador poco cuestionado por las vanguardias de hoy. La consecuencia de esta concepción de la ciencia es la utilidad al poder de turno, con compromisos sólo formales con el conocimiento desinteresado y con la condición humana.

Es posible que un efecto no deseado de la pandemia en curso, que parecía haber llegado a sus tramos finales hasta el recalentamiento de la última variante, por ahora la Ómicron, haya sido destapar discordias en las entrañas de la ciencia. El común de la gente vive su cotidianeidad y se representa a la ciencia como le han enseñado que es: un reino puro, claro y seguro, ética y políticamente neutral.

La modernidad, el derrame de Europa sobre el resto del mundo que comenzó en el Renacimiento, ha llegado a una encrucijada debido al proyecto civilizatorio moderno.

Este proyecto se apoya en la ciencia y la tecnología, pero antes todavía en el individuo emancipado de la naturaleza, considerado por el liberalismo como la flor más valiosa de la modernidad.

Este individuo se siente enfrentado a la naturaleza, supone que debe someterla a su dominio; tiene un proyecto de poder que no excluye la esclavitud de otros individuos en la medida en que pueden ser reducidos a pura cantidad y manipulados como entes calculables.

Los móviles de la conducta en la modernidad tienden a satisfacer pasiones sin límite que se sirven de la razón instrumental, aquella que según Adorno y Horkheimer desembocó en Auschwitz.

La ciencia moderna es justamente la razón al servicio de las pasiones. La ciencia -reculer pour mieux sauter- toma distancia del mundo sensible, lo simplifica, abstrae sus componentes para recombinarlos según sus propósitos, altera y recompone la naturaleza, crea un entorno que convierte al individuo en artificial.

La tecnociencia está al servicio del afán de dominio, para el que la eficiencia y el rendimiento se han vuelto valores muy estimables. Sin embargo, cuanto más se afirman, más sufren la autonomía y libertad porque el individuo termina atado a la eficiencia.

Todo saber debe convertirse en tecnología o aceptar ser considerado inútil, no científico ni verdadero. Es la vía del menosprecio justificado de los saberes tradicionales, para los que el hombre moderno es un ser anómalo, que a falta de principios que seguir, sigue con gusto los dictados de la codicia. Cuando la tecnología se desboca, lo que realmente vemos es el desbocamiento de las pasiones humanas.

La relación del hombre con el medio natural es cada vez más de dominio. Considera al mundo como materia disponible, y lo trabaja con una tecnología de fuerza, sujetando, dominando y controlando al medio, y aun violentándolo. El surgimiento pleno de esta mentalidad, que es la propiamente occidental y en la que reconocemos por ejemplo las conductas neoliberales, se produjo a partir de la edad moderna. Desde entonces, la ciencia, la técnica, la organización racional del trabajo solo apuntan al dominio del hombre sobre la tierra.

El filósofo peruano Juan Abugattás, muerto en 2005 a los 57 años, apostó sin éxito a una transformación cualitativa de la ciencia y la tecnología. Si debía haber artificialización, que no fuera destructiva sino que permitiera la expansión de la vida.

Una pequeña minoría privilegiada mantiene el orden de cosas, y procura “mejorarlo” a su favor de manera cada vez más excluyente y depredadora. En compensación ofrece modos de “inclusión” basados en modificaciones insignificantes del lenguaje o en el reconocimiento simbólico de algunas minorías. Mientras tanto, su actividad irrenunciable -que sabe cómo acelerar pero no cómo frenar- amenaza destruir el mundo y despoblarlo.

Abugattás insta a tomar partido por los marginados, los que preservan una existencia enfrentada a las más duras condiciones.

La preservación de la vida en un mundo muy vulnerable no será posible con el individuo del liberalismo, separada, delimitado, vigilante del vecino, egoísta y agresivo, hoy sometido casi sin chistar a intereses corporativos que no tienen restricciones.

Las condiciones actuales son las de grandes mayorías excluidas de las decisiones y de minorías que en cualquier momento pueden decidir aniquilarlas. La pasión desatada puede ser controlada cuando es de individuos; pero no es posible controlar a corporaciones que implican peligros desde la depredación de la biosfera al vaciado del planeta excluyendo a los sobrantes.

Hoy todos somos “condenados de la tierra”, según Frantz Fanon, todos debemos soportar e incluso valorar una sociedad inviable.

El filósofo holandés Juan van Kessel sostiene que “además de sentirse dueño, el homo faber occidental depredador se concibe ahora como el creador autónomo de todos los milagros de la tecnología moderna. Su utopía es que espera el día en que podrá demostrar su “omnipotencia”, y la capacidad de crear ?con su ingeniería genética, etc.? a su propio hombre: ese día será para él el “sexto día” de su propia obra de la creación tecnológica. Luego descansará en la feliz ilusión de su omnipotencia creadora.
De la Redacción de AIM.

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