Entre Ríos tiene una larga tradición en un tipo de economía que prioriza a los seres humanos por sobre la lógica de la maximización de la ganancia. En el servicio eléctrico, en la construcción de viviendas, en la provisión de medios de financiamiento no basados en la usura, en la organización como fuente de trabajo productivo o como prestadoras de servicios, cooperativas y mutualidades han hecho crecer las comunidades nuestras y han estado cuando, los que sólo buscaban negocios seguros, optaron por levantar campamento o marcharse o evitar directamente toda radicación.
Muchas de esas conformaciones crecieron y hoy exhiben un volumen de facturación envidiable y una capacidad enorme de articular con distintas redes de economía, incluso la privada, a veces sin perder la razón social de sus desvelos y otras sin lograr el mismo resultado.
Sin embargo, cuando pensamos en economía aparece la competencia a ultranza y la obtención de la renta a como dé lugar, más propio de otro tipo de organización. Una economía mucho más útil, como la social, pasa desapercibida; es como invisible para los medios. La otra, la de mercado tiene emisarios que repiten la misma letanía, sin cesar.
Para hablar de unas y otras cosas, accedió a conversar con MIRADOR ENTRE RÍOS el investigador y director de la Maestría en Economía Social en la Universidad Nacional de General Sarmiento, José Luis Coraggio. Dado que, en distintos materiales, alude a economía social, economía solidaria y economía popular, se le preguntó qué tipo de relación puede establecer entre esas expresiones. “No son sinónimos”, empezó diciendo. “Son tres conceptos necesarios para entender mejor la economía”, agregó. Luego, los caracterizó. “Lamentablemente, la expresión ‘economía social’ ha quedado muy marcada por el uso que hizo el Estado durante lo que va de este siglo, porque se la aplicaba a programas de autoempleo para personas excluidas del mercado del trabajo; se la llamó ‘economía social’ porque era una política social, de asistencia, cuyo objetivo no era distribuir bienes (alimentos, en particular) ni ingresos, sino que promovía que cada uno pueda generar su propio empleo e ingreso, lo que implica que confunde economía con mercado”.
Coraggio aclaró que “en cambio, al utilizar ese concepto nosotros enfatizamos las diferencias que pueden plantearse a nivel de sistema económico, en relación a la versión ortodoxa que, hoy por hoy, desarrolla el neoliberalismo, que explícitamente reduce la economía a la economía de mercado”. Ante una pregunta, resaltó que “esa concepción propia del neoliberalismo es hoy hegemónica a nivel global, reduciendo las relaciones económicas a las interacciones entre unos individuos construidos en el pensamiento, y cada vez más en la práctica, como egocéntricos, competitivos, procurando lograr del otro un ‘toma y daca’ ventajoso, ya sea su competidor, su abastecedor o su comprador. Esas son las reglas del buen mercado: un utilitarismo oportunista que niega la racionalidad de valores morales como la solidaridad, cosificando al otro y -al menos teóricamente- negando las dimensiones culturales y políticas y el impacto provocado en la naturaleza”. “A diferencia de la economía ‘a secas’, la perspectiva de una Economía Social propugna formas y estructuras de producción que permitan sustentar una sociedad donde quepan todos, con equidad y perspectivas personales y comunitarias de reproducción y desarrollo de la vida”. El entrevistado aportó que “para nosotros, el sujeto social que participa en el proceso económico es algo más que un agente alienado del mercado; es una persona, un ser humano multidimensional, ya sea un individuo, una organización o una comunidad que tienen un objetivo preciso que persiguen conscientemente de forma colectiva: producir condiciones materiales para una buena vida, donde se respete la diversidad cultural y se decida democráticamente los modos del Buen Vivir que nos proponen las culturas originarias. Y esto es político, implica una fuerza social transformadora, con una visión trascendente de lo humano”.
Las redes
¿Y qué pasa con la economía solidaria?, se quiso saber. “Lo que le agregamos a la economía social para distinguirla de la de mercado es que hay un principio ético que debe orientar las prácticas, de modo tal que cuando estos valores están ausentes o no orientan la economía se cometen desastres sociales y ecológicos”, planteó. ¿Y cuál es el principio ético al que alude?, se insistió. “La economía tiene que estar al servicio de la vida, de la resolución de las necesidades materiales y espirituales de todas y todos los miembros de la sociedad, en equilibrio con la naturaleza”, señaló Coraggio, al destacar que “esto no se logra con los institutos de la competencia egoísta, donde cada cual tira para su lado, sino que requiere del sentimiento y la actitud de unidad basada en metas o intereses comunes; es lo que llamamos solidaridad que, para dar un ejemplo, da cuenta del acto de ayudar sin recibir nada a cambio, sin pretender relaciones de dependencia clientelar (y de recibir igual trato cuando se está en necesidad)”. Para el docente e investigador “esa solidaridad se ejerce entre las personas, entre los grupos, entre las culturas y con la naturaleza, y el Estado juega un papel mediador ineludible”.
Ya hemos repasado las caracterizaciones ‘social’ y ‘solidaria’ ¿Y ‘popular’, un término polisémico?, se interrogó a Coraggio. “A veces se lo ha utilizado para referirse al sector informal, magmático, de pequeños emprendimientos, de pocos recursos y hasta ilegal; pero nosotros nos referimos a la economía de los y las trabajadoras, organizadas desde las unidades domésticas, las comunidades, las redes y territorios, para trabajar produciendo, distribuyendo y consumiendo a fin de resolver directamente sus necesidades (producción de bienes y servicios para el propio consumo) complementándolo con el trabajo individual, familiar o asociado en emprendimientos mercantiles, que procuran un ingreso para participar en el mercado como compradores del producto de otros, y también con la venta del trabajo a cambio de un salario. Estos son los diversos usos del trabajo para la reproducción de las unidades domésticas, ya sean familias, comunidades originarias o asociaciones libres”, explicó.
Así, al procurar una primera síntesis, el entrevistado señala que “estamos pensando a la economía social en relación al sistema económico en su conjunto y a la relación entre sistema económico y sistema social, cultural y político, interpenetrados, como es en la realidad”.
Frecuente
Para Coraggio es necesario destacar que “existe una tendencia en la economía social -entendida en la primera acepción vista al inicio- a concentrarse en lo pequeño, en lo micro, en la mínima unidad, en el emprendimiento, y en lo mercantil, en el dinero; entonces, surge el problema de la ‘eficiencia’ de esos proyectos en forma aislada y se ingresa en un terreno en el que los subsidios estatales para sobrevivir en el mercado, que es feroz en sus castigos, son demandados de manera recurrente; pero cuando uno se interna en las situaciones concretas nos damos cuenta de que los proyectos deben articularse en un contexto solidario, en interdependencia con otras organizaciones económicas, hasta alcanzar escala, acceder a mejores tecnologías y adquirir poder de mercado, conformando cadenas productivas y redes de compra y de comercialización”. Para el académico, no obstante, en el análisis debe tenerse en cuenta que “la economía popular como gran sector implica relaciones de intercambio, de complementariedad y competencia, con la economía empresaria capitalista y con el sector público”.
Al abonar la idea de producir “una visión más amplia”, que supere lo que en general se llama emprendedorismo en busca del éxito individual (“ese alienante caballito de batalla del neoliberalismo alimentada con los manuales de autoayuda”), sugirió que no se trata de abolir el mercado, sino que “la economía nuestra contemporánea tiene mercado y no puede existir sin él; el problema es que cuando el mercado domina todas las relaciones sociales se transforma en una institución excluyente, que se propone mercantilizar la educación, la salud, la producción artística, la seguridad social, los espacios urbanos, generando desigualdad e irracionalidad y, desde ese punto de vista, hay que limitarla, regularla y controlarla; y, en paralelo, generar otras condiciones de intercambio justo, de redistribución y reciprocidad. Y eso requiere un proyecto societal y la construcción de fuerzas sociales y políticas que lo asuman. No se trata de apelar a un Estado centralizado que nos organice y resuelva los problemas, sino del desarrollo de una sociedad civil organizada con altos grados de autonomía y de un sistema político basado en una democracia radicalizada, más allá de las recurrentes elecciones tan fácilmente manipulables”.
–En la historia de nuestro país, ¿advierte que se hubiera querido aplicar algo parecido a lo que está planteando?
–Considero que no. Tendríamos que armar un rompecabezas con piezas fragmentadas de las políticas públicas y las acciones sociales. Por un lado, como dije, se llama economía social a esas políticas sociales (dar la caña de pescar antes que el pescado) que, en los hechos, son programas de asistencia para que la gente se autoemplee. Más allá de esa visión economicista, en la práctica hay otras políticas que tienen que ver con la economía popular. Por ejemplo, las inversiones en educación y salud pública, el subsidio de los servicios públicos y la asignación universal por hijo, el derecho a formalizarse y tener acceso al sistema de seguridad social por medio del monotributo, son ejemplos de importantes intervenciones que se inscriben dentro de un potencial programa de desarrollo de la economía popular. El problema es que no están integradas ni concebidas como parte de una estrategia coordinada. Ni como parte del desarrollo de sujetos sociales que participen en el diseño e implementación de las políticas públicas, asumiendo un proyecto compartido de construcción de otra economía. Eso hace que funcionen mal y no logren la necesaria sinergia.
Factor cultural
–Parece estar operando algo del orden de lo cultural que nos impide ver otras formas de entender la economía, más allá de la tradicional…
–Hay una concepción hegemónica de la economía, que -seamos indulgentes- es la de la ilusoria utopía de mercado. Hoy claramente impera en el discurso de los gobernantes (no digamos en el actual ministro de economía, Nicolás Dujovne, que además está centrado en el mercado financiero) y de los medios de comunicación. Fíjese que las variables de las que se echa mano son macroeconómicas, de mercado, que intentan dilucidar qué pasó con el consumo, las exportaciones, la inflación, el empleo formal, el valor del dólar. Pero nadie parece preguntarse qué impacto producen determinadas medidas en las relaciones sociales o cómo se transformaron las relaciones de propiedad y de poder político. En realidad, no alcanza con pensar que el sentido común de gobernantes y gobernados ha sido impregnado de una concepción idealista del mercado; hay engaño, manipulación de los sentimientos (miedo, odio, desconfianza, desesperanza), desinformación estratégica, traición a los mandatos electorales, negociados usando lo público, y sujeción de las mayorías por grupos minoritarios.
También es cierto que en algunos espacios hay una cultura extendida, de base, decantada históricamente, que no ve como algo extraño que los trabajadores se asocien para organizarse, producir, decidir conjuntamente, repartir los resultados, organizarse para defender sus intereses, sus identidades y valores. Y eso mantiene su vigencia y plenitud en innumerables cooperativas, mutuales, comunidades y asociaciones. Es parte de una larga tradición, que viene de los inmigrantes europeos y de nuestros orígenes indígenas.
–Aparecería ahí una noción diferente de economía social, ya no pensada sólo como parte de una política de promoción social…
–Es cierto. Incluso en algunos países se la llama economía solidaria. De todos modos, esas instituciones tienen en primer lugar un aspecto positivo: generan una cultura cotidiana colaborativa que las distingue. Pero no necesariamente hace que produzcan en confrontación con el tipo de sociedad en que ubican su actividad y tejen sus relaciones.
–¿A qué se refiere?
–A que cuando producen para el mercado, esa inserción las vuelve competitivas: una cooperativa no puede renunciar a tener un excedente, a tratar de bajar los costos y a procurar derrotar a la competencia, tanto se trate de típicas expresiones capitalistas como de cooperativas. No es un problema de meros valores, es el mercado realmente existente, ese campo de fuerzas, lo que las amenaza, hay que tenerlo claro. Y cuando esas lógicas se liberan las instituciones y los valores cooperativos entran en riesgo.
En paralelo, sabemos que, en general, cuando las cooperativas crecen se distorsionan las relaciones entre los socios, por ejemplo, porque para poder gestionar parece imprescindible una división de funciones de roles especializados: unos pasan a ocuparse de la producción o de la comercialización; otros, de la administración, del personal, y esas posiciones se burocratizan, son lugares de poder particular por sobre el bien común. Sostener y desarrollar la solidaridad es una tarea sin fin, implica efectiva democracia interna, rotación de funciones, etc.
De manera que, en un sistema económico de mercado, las cooperativas están muy tensionadas y en los hechos se les hace difícil sostener el ideario mismo del cooperativismo.
De lo que no podemos tener dudas es que las cooperativas y las mutuales son parte de la economía popular: es una estrategia de las trabajadoras y los trabajadores para participar de la economía mediante la asociación y la solidaridad, que obviamente no es lo típico en una empresa de capital.
Es una forma económica diferente de la empresa privada, que puede sustentar y expandir en su entorno valores superiores a los propios de la empresa capitalista y del mercado.