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Perdió a su esposa por Covid y debe cuidar a su hijita recién nacida

La vida de Lautaro Fritzler cambió drásticamente en días. Hace seis años que compartía su vida con Josefina Rodríguez, y en noviembre de 2020, supieron que ella estaba embarazada de una niña. La alegría era infinita, pero al octavo mes de gestación, el Covid-19 los hundió en la tragedia. Tras una cesárea, el 26 de mayo nació Ainhoa, pero su mamá murió el 24 de junio, después de permanecer internada varios días. Lautaro quedó solo para cuidar a su hijita y pide ayuda para instalar un negocio, supo AIM. La pandemia reclama lo mejor de la condición humana, que es la solidaridad.

La historia de Lautaro y Josefina debía tener un final feliz: después de mucho esforzarse habían formado una familia y esperaban una hija. Lautaro Fritzler, de 24 años, nació en Hernandarias. Su padre se accidentó en un camión, cuando tenía 27 años, estuvo un año en estado vegetativo, en Paraná, y luego murió. “Somos cinco hermanos, ese año fue muy difícil, ya que mi madre pasó mucho tiempo cuidando de mi papá. Quedamos al cuidado de mi abuela; uno de mis hermanos, el más chico, con unos tíos del corazón, al igual que yo, que entonces tenía dos años y medio. Esos tíos se convirtieron en mi segunda familia”, contó Lautaro a esta Agencia.

Con 29 años, su mamá quedó viuda y con cinco hijos. “No teníamos, casa vivíamos en una propiedad que nos habían prestado, que no estaba en muy buenas condiciones. Mi mamá, nuestra heroína, nunca bajó los brazos y desde el primer momento puso en pausa su vida para sacarnos adelante, ya que habíamos quedado solos”.

El joven expresa su orgullo por su mamá, que “ha trabajado toda su vida para nosotros, y lo sigue haciendo hasta el día de hoy, porque como ella dice, es lo único que sabe hacer. Ella vive por nosotros y nos tocó la mejor madre del mundo”.

Con Josefina, una historia de amor
En 2012, Lautaro estaba en un parque del pueblo con una de sus primas. “Frenó un vehículo y se bajó una chica hermosa, con una sonrisa, unos ojos hermosos. Le dije a mi prima: me enamoré. Pero pasaron dos años y no la vi más, hasta que, en 2014, en una recepción escolar, la vida la puso en mi camino otra vez. Y una vez, más mi corazón latió desenfrenado”.

Lautaro comenzó a averiguar de dónde era la chica de sus sueños, hasta que se enteró que hacía poco tiempo se había mudado a Hernandarias. “Averigüé su nombre y gracias a las redes sociales la encontré, Josefina Rodríguez. Le empecé a escribir por Facebook, pero ella no estaba muy interesada en mí. Después de mucho tiempo de insistir, logré que me acepte unos matecitos. Recuerdo que ella me cebó los mates más feos que había tomado hasta el momento, fríos y muy dulces. Pero ahí comenzó nuestra historia, ella con 16 años recién cumplidos y yo con 18”.

Los encuentros fueron cada vez más frecuentes, él conoció a la familia de Jose, y ella, a la de él. “Éramos solo amigos, pero recuerdo la felicidad que tenia al estar cerca de ella, al mirar esos ojos tan preciosos. Dimos el primer paso, nuestro primer beso, la miré, le dije te amo y ella sonrió. El 7 de abril de 2015, a las 20:48 le pedí que sea mi novia. Con Jose siempre tuvimos una relación de mucho amor y respeto desde el primer momento”, evocó.

Las pérdidas familiares golpearon a Lautaro, que sentía miedo de apegarse a alguien y demostrar sus sentimientos. Pero Josefina logró que él se brindara por completo. “Nos juntamos de muy chicos; yo la llevaba a la escuela y me iba a trabajar. Pasamos muchas cosas, tiempos buenos y otros no tantos. Su sueño era conocer Bariloche, y como no había podido hacer el viaje de egresados, en 2017 se lo regalé”.

Lautaro trabajó mucho hasta que reunió el dinero y “llenos de miedo, nos fuimos al viaje más lindo de nuestras vidas, que nos dejó millones de anécdotas. Fueron días soñados”.

Siempre juntos
Lautaro quería ser chofer de camiones. “En 2019 empecé en un camión de reparto en el pueblo, pero no ganaba ni la mitad de lo que percibía en mi otro laburo. Nos fuimos con Josefina a vivir junto con su primo, que trabajaba conmigo, y su novia. Fueron tiempos muy difíciles porque no teníamos dinero; llegamos a calentar agua a fuego para hervir unos fideos, pero, a pesar de todo, siempre fuimos felices”. Reunió el dinero para hacer el carnet profesional, y rindió el examen psicofísico, lo que hizo que consiguiera trabajo en un transporte de una localidad, a más de 100 kilómetros de donde vivía. “Josefina siempre apoyaba mis sueños y yo los de ella; solía pasar meses afuera de mi casa trabajando, ya que viajaba mucho, pero eso nos permitió alquilar una casita para nosotros. Con la plata que hacíamos, empezamos a comprar nuestros muebles, aunque era muy difícil porque yo pasaba mucho tiempo afuera, y nos extrañábamos mucho”.

En el 2020 decidieron acortar distancias: o ella se iba a vivir más cerca de donde él trabajaba o él conseguía un trabajo más cercano. “Tuvimos suerte: entré a trabajar en una empresa de Hernandarias; nos acomodamos económicamente y entendimos que era tiempo de cumplir unos de nuestros sueños, tener nuestro primer hijo”.

La tragedia enturbió la vida
En noviembre de 2020, supieron que ella estaba embarazada de una niña. La alegría era infinita, pero al octavo mes de gestación, el Covid-19 los hundió en la tragedia. Tras una cesárea programada, el 26 de mayo nació Ainhoa. “Nuestra felicidad era inmensa; Josefina contagiaba felicidad. Desde que se enteró que estaba embarazada no hacia otra cosa que hablar de su bebé y hacer cosas para su llegada”.

Pero en mayo de 2021, Josefina contrajo Covid. “Me aislé con ella y lo contraje también. Nos pusimos en contacto con el ginecólogo, que quería que Josefina se interne en un lugar donde estuviera controlada. Ahí comenzó nuestra búsqueda: todo estaba colapsado y solo atendían problemas respiratorios. Hasta ese momento, ella no tenía ese problema. El ginecólogo le indicó inyecciones anticoagulantes, que le ponía en la panza todos los días. Parecía que todo marchaba bien, habíamos pasado ocho días de aislamiento, hasta que 15 de mayo a la tarde, Josefina entró a bañarse y tuvo un ataque de tos grande del que no se podía componer y, a su vez comenzó con pérdidas”. Desesperado, Lautaro llamó al sanatorio del Villa Libertador San Martin, donde le dijeron que los esperaban. “Llegamos al sanatorio, pero al ingresar me dijeron que no podían atender a Josefina porque no contaban con la aparatología para recibir un bebe de 31 semanas. Volví a llamar al ginecólogo, le comenté la situación y nos mandó al hospital San Roque de Paraná, donde no nos recibieron muy bien. Me sacaron tres veces afuera, controlaron a mi mujer y me dijeron que ella estaba perfecta, que se quedara en casa y no saliera”.

El domingo de madrugada volvieron a Hernandarias. “Josefina había quedado muy triste por el maltrato, por toda la situación. Le notaba la respiración rara y cuando entró a bañarse, nuevamente tuvo otro ataque de tos. Llamamos al hospital del pueblo y nos dieron turno para el lunes a las 18, ya que estaba colapsado. Nos atendieron a las 20 y se dieron cuenta que mi mujer no estaba oxigenando. Le pusieron oxígeno y empezaron a llamar a sanatorios para conseguir cama. Después de más de tres horas, consiguieron en el que está ubicado en calle Buenos Aires, de Paraná. El 17 de mayo, a las 3:44, Josefina ingresó a terapia intensiva; a los tres días estaba mucho mejor, nos iban a pasar a una habitación común, pero otra bacteria ingresó a su pulmón, y le provocó otro cuadro de neumonía”.

Tras tanta angustia contenida, el 26 de mayo, con 32 semanas de gestación nació Ainhoa, que pesó 1.640 kilogramos. Lautaro relató que “lo siguiente fue un calvario porque me encontraba frente a mi hija recién nacida, en un instituto de Pediatría. Un hijo es motivo de celebración, pero por otro lado, Josefina luchaba por su vida, intubada y con un coma inducido. Como siguió desmejorando, le realizaron la traqueotomía. Fue casi un mes de ir y venir de un sanatorio a otro, hasta que el 24 de junio, Josefina falleció, después de tres paros respiratorios. Ella era un ser de luz, una persona llena de vida, pero se fue y hoy estoy en Paraná, con mi bebe prematura que requiere de cuidados intensivos”.

Cuidar a Ainhoa
Pero ahora, Lautaro se enfrenta a otro drama: debe cuidar y mantener solo a su hijita, por lo que ya no podrá subirse más a un camión. “Mi propósito, de acá en adelante es cuidar de nuestra beba, acompañarla a cada paso, contarle la extraordinaria mamá que le tocó, lo mucho que la amaba. Por eso estoy viendo la posibilidad de emprender un negocio para poder estar todo el tiempo para mi hija, que es mi razón de ser”.

Solidaridad
Quienes deseen ayudar a Lautaro y a su hija, pueden colaborar en su cuenta del banco Patagonia.
Los datos son:
Fritzler Lautaro Natanael
Caja de Ahorro Banco Patagonia 207026256
CBU 0340207008207026256000
CUIT 20-39579384-6

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