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Schenone, el almacén de campo con sus puertas abiertas desde 1952 cerquita del arroyo Espinillo

A pocos kilómetros de la ciudad de Paraná y sobre la Ruta 18 está el viejo almacén de campo de los Schenone. Abrió sus puertas en el lejano 1952 y ha resistido el paso del tiempo, el despoblamiento y la competencia de los supermercados. Punto de encuentro de la familia rural y con una historia que vale la pena conocer.

Quedan pocos almacenes en la zona del Espinillo, muy cerca de la capital entrerriana. El de Schenone, a menos de un kilómetro del arroyo que le da el nombre a la zona, era una de tantos establecimientos comerciales que abastecían a la enorme comunidad que allí se asentó para hacer agricultura y ganadería, principalmente.

“Empezó con mi padre, allá por 1952 y en lo que se conoce como las Tres Bocas” cuenta Raúl Orlando Schenone, en charla con el cronista, mientras prepara el aperitivo solicitado por el cliente y vecino, su primo Ricardo.

Cuenta la historia que el viejo almacén de don Orlando “Coto” Schenone fue, inicialmente, el emprendimiento de dos hermanos que no lograron plasmar en una sociedad comercial sólida el lazo parental. “Se lo ofrecieron con insistencia a mi padre, que no tenía un peso partido al medio” recuerda Orlando.

 

 

 

 

Como dice el refrán, las oportunidades no pasan muchas veces por la puerta de la casa de uno. Ni lerdo ni perezoso, “Coto” Schenone subió a su carro y en vez de rumbear para su hogar se fue hasta la localidad de Viale. Allí visitó a un comerciante mayorista, don Abraham Jacob, a quien le comentó la propuesta que le habían realizado: “Lleve todo lo que necesita para arrancar, después arreglamos” le dijo el hombre, mientras le extendía un crédito por $1.500 de mercadería en consignación y de palabra, un contrato con más valor que cualquier documento refrendado por escribano.

“Con todo eso mi padre llenó las estanterías y empezó con el almacén” cuenta con orgullo su hijo, detrás del mismo mostrador donde la familia Schenone trabajó con el sacrificio y esfuerzo propio de los inmigrantes. Pero de aquel original almacén de campo en Tres Bocas hubo que mudarse. “Resulta que teníamos la agencia de YPF, con despacho de combustibles, pero empezó la construcción del nuevo pavimento de la Ruta 18, le estoy hablando de 1958, así que le pidieron a mi padre que se trasladara con el almacén y los surtidores pegado al nuevo trazado” señala Orlando, sobre aquel camino, quizás el principal de Entre Ríos en aquellos años de insularidad, donde los pueblos rurales florecían y la distribución de la población se inclinaba con fuerza hacia las poblaciones y la vida en el campo.

“Primero hizo los pozos, luego el molino, y después empezó a levantar la casa, que demoró casi 4 años en terminarse más o menos, acá nos terminamos de instalar en 1962” memora el hombre, mientras le sirve el aperitivo a Ricardo, que todas las tardes llega en su Ford Falcón modelo ’82 para cumplir con la sagrada rutina de compartir un trago y la conversación en lo de Schenone.

“Del viejo almacén en Tres Bocas recuerdo la cancha de bochas, con partidos que convocaban a gente de toda la zona. Venían de el Espinillo pero muchos de Quebracho…todas esas familias ya no están, y le hablo de 30 familias o más que dejaron el campo” expresa con nostalgia.

Los Schenone vinieron de la lejana Génova, y como tantas otras familias gringas que subieron a los barcos y cruzaron el océano, dejando atrás su lugar, buscando la tierra prometida, solo conocían del esfuerzo para progresar. Fue así que además del almacén empezaron con un tambo para sacar leche. “Yo andaba más en la calle, cuidando las vacas porque le cuento, solo teníamos 6 hectáreas de campo así que las vacas andaban pastoreando por los caminos” se ríe. Lo de Schenone fue una marca, el lugar de encuentro de aquel campo en la zona de Espinillo y más allá, cuando llegaba el atardecer y finalizaban las labores rurales.

 

 

 

 

Pero no era el único punto de reunión. Hubo alguna vez cinco almacenes en la zona y en cinco leguas a la redonda. “Los Alloatti tuvieron su despacho de bebidas, acopio de huevos y venta de alimento balanceado; estaba también el almacén con la Estafeta Postal de “Lito” Ramírez. Lo de Victorioso Meli, que era agenciero de la compañía petrolera holandesa Shell. Y Alejo Bello, almacenero, peluquero y poeta para completar la oferta tan variopinta como numerosa. “Todos tenían clientes, había mucha población” recuerda “Cotito”, como muchos lo llaman aún al hijo de don “Coto” Schenone. “De todos el que sigue ahora es Carletti, que tiene el almacén que era de Alloatti, que hace repartos”.

 

Libretas y claveles

 

Rosita Ducret es la compañera de Orlando “hace ya 57 años” recuerda con precisión. Han compartido toda la historia del almacén sobre la ruta 18, en tiempos de esplendor, de crisis, de caer y volver a levantarse, la radiografía conocida que produjo un campo despoblado, con pocas familias que permanecieron y siguen.

¿Porqué decayeron y cerraron tantos almacenes de campo? “Mucho tiene que ver con los supermercados, la gente va y compra lo que no necesita. Y para lo último deja al boliche del pueblo. Pero bueno, es así” sostiene Orlando, algo que también subraya Rosita: “Se van a la ciudad y compran, y dejan para lo último al almacén del pueblo”.

De libretas y otras yerbas los Schenone conocen y bastante: “Quedan algunos que tienen fiado pero son de mucha confianza” ríe Orlando mientras Rosita señala un clavo en una de las alacenas donde sobresalen algunas boletas con anotaciones. “Un día le dije a Orlando qué vas a hacer con todo eso, hace años que no lo pagan. Ahí nomás lo metimos al fuego, y se terminó” recuerda con una sonrisa.

El Viejo almacén de Schenone ha sobrevivido todo este tiempo de profundos cambios y sigue allí, viviendo una nueva transformación de la zona, con la autovía que se construye a las cansadas desde hace años, pero que modificó sustancialmente la geografía, con esa cinta asfáltica a pocos metros de la casa, que no está habilitada -ni se sabe cuándo lo estará- y por lo pronto lleva hasta la cercana capilla de Espinillo.

“Podríamos haber cerrado hace rato, irnos a vivir a San Benito donde tenemos una casa. Pero que vamos a hacer después. Nos gusta estar acá, con nuestros vecinos que vienen a tomar una cervecita a la tarde, a jugar un truco. Esta es nuestra vida” dice Orlando mientras saluda a Raúl Butus, otro vecino que se acerca a compartir la liturgia de cada día, cuando el sol se va yendo poco a poco.

 

 

 

 

El recién llegado toma una bebida gaseosa. “Servimos una picada de mortadela, queso y salame con pan casero” responde Orlando ante la consulta, y agrega que son muchos los ciclistas que andan por los caminos y rurales y tienen en el almacén una parada “técnica”.

“Nos gusta estar acá” repite ella, Rosita Ducret. La perfecta síntesis que sostiene un proyecto de vida, donde muchas horas se han pasado detrás del viejo mostrador de madera, compartiendo con los vecinos que tienen en este almacén el lugar para encontrarse y charlar de cultivos, del precio del ganado, de las exportaciones de carne que se han cerrado, de esa ruta nueva que se llama autovía y no se va a terminar más, del clima y de la primera helada que dejó blanqueando los campos. charlas que se repiten todos los días que hacen a un modo de vivir, a las costumbres más arraigadas de hombres y mujeres que encuentran en estos auténticos refugios de campo que van quedando en Entre Ríos, su lugar en el mundo.

Es el viejo almacén de Schenone, en el Espinillo y a poco menos de 30 kilómetros de la capital entrerriana, santuario de tradiciones y costumbres que perduran en el tiempo.

Guido Emilio Ruberto / Campo en Acción

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