Por un par de días, uno de los anexos de la Facultad de Ciencias Educación se convirtió en un pasadizo propicio para visitar una isla fantástica. En efecto, por unas horas, su entrada, en Alameda de la Federación 105, dejó de ser el rutinario salvoconducto hacia la biblioteca o la fotocopiadora y se convirtió en una especie de pórtico mágico hacia una dimensión conocida pero olvidada, que seguía latiendo bajo las capas del adiestramiento recibido. Pero las andanzas recién comenzaban y el laberinto de las incertezas tendría nuevas chances de burlarse amablemente de las apariencias, durante un largo rato. Intentaremos una somera descripción.
En medio de la intervención, un espacio de encantamiento empujaba a los exploradores a deslizarse hacia diversas zonas de ensueño, repletas de señales aparentemente sin sentido, inconexas, que se integraban apenas se miraba con dedicación. Así, las pistas se transformaban en mensajes escondidos a cuyo código accedían mejor los que se olvidaban que algo sabían y se dejaban llevar por una curiosa inocencia infantil.
Ya allí, se producía una primera comprobación: los sentidos, domesticados por el vicio de ponerle a cada cosa un nombre, buscaban liberarse. Y era maravilloso notar el rostro atónito de los que recuperaban semejante tesoro con el sólo recurso de dejar de mirar la cosas con los lentes de la lógica racional. Pirámides con inscripciones en clave, recados que se leían con la yema de los dedos, historias que podían tener más de un desenlace según quién la cuente, ilustraciones rupestres gigantes, coloridas, de formas curiosas generaban una atmósfera de reposada psicodelia, en la que el tiempo circulaba a otro ritmo -como en los cuentos- y las personas podían ser descriptas a través de una paleta de colores.
Planos
También la escalera de mármol abandonó su geométrica perpendicularidad de huellas y contrahuellas para volverse un ascensor sensorial. De hecho, hasta los descansos se llenaron de acertijos y experimentos que no se podían afrontar mejor sino entre varios aventureros.
Por suerte, la desorientación sensitiva era asistida por guías oportunas que, por ejemplo, informaban que la instalación era parte de una muestra didáctica, cuyo título resultaba levemente cautivante: “Libro objeto, recuperar el cuerpo. Espacio de experimentación”. El ejercicio de lectura colectivo, los acertijos, las apelaciones visuales, auditivas y táctiles eran estimulantes y habilitaban otras formas del decir, mientras recreaban aromas singulares y sabores entrañables.
El ejemplar como tal no era voluminoso, ni desbordaba texto, aunque sí tenía un tamaño impactante; y la historia que contaba era más bien breve. Sin embargo, los atajos y los páramos a los que conducían, los senderos y túneles que se desplegaban hacia planicies del imaginar y del aprehender eran tan seductores que cualquiera comprendía, con sólo estar ahí, que el libro en cuestión más que objeto era una excusa para recuperar la capacidad de sentir que, acaso, nos haya ido podando esa tendencia recurrente a usar la palabra -criteriosa e indiscriminadamente- como instrumento dominante a la hora de dar cuenta de los mundos circundantes e interiores.
Recorrido de principio a fin, el circuito -una galería de pruebas iniciales e indagatorias de todo tipo- permitía asomarse a los pasillos selváticos que el equipo desandó durante dos años para añadirle al relato, a los personajes y a su evolución, ilustraciones únicas, deliciosas, bajo la técnica de pop up, además de unos agregados expresivos de notable factura como la creación de efectos y la construcción de escenas sonoras, la generación de movimientos para alterar la noción de bidimensión, experiencias de realidad aumentada y hasta un radioteatro y una fotonovela. En fin, si el libro objeto era el producto terminado, la muestra permitía compartir la historia de todas esas búsquedas que lo fueron constituyendo.
Decires
Al costado de una cascada fresca de representaciones significativas, mientras un grupo de visitantes señalaba con sus celulares códigos QR que flameaban sobre las paredes, los docentes de la FCEdu-UNER Regina Kuchen, Fortunato Galizzi y Gito Petersen accedieron a conversar sobre la propuesta.
–¿Qué es un libro objeto?
–Si en un ejemplar común y corriente intervienen los elementos tradicionales, en el libro-objeto confluyen una serie de técnicas desplegadas en diferentes dimensiones, a partir de lo cual el libro se convierte en un continente o envase que porta valor en sí mismo.
El libro de artista o libro objeto es una expresión artístico-plástica surgida a mediados del siglo XX. Muchos consideran que el caso testigo fue Twentysix Gasoline Stations (1963) de Edward Ruscha (USA, 1937).
–¿Qué pasó ahí?
– El libro era una galería de fotos de las estaciones de servicio a lo largo de la aquella tradicional ruta norteamericana. Había muy poco texto, sólo ele elemental para ubicar la imagen que, además, no estaba tomada con un marcado sentido artístico tampoco. El valor no estaba en el contenido, sino en el libro en tanto objeto. En fin, Ruscha presentó por primera vez la obra a la Librería del Congreso de Estados Unidos. Y, bueno, lo rechazaron alegando que no respetaba la ortodoxia editorial. Entonces, Ruscha aprovechó esa situación para publicitarlo, a tres dólares la copia. E inundó el mercado. Así, el trabajo editorial tomó un nuevo valor como si se tratara de una obra de arte, como si adquiriera entidad artística en sí misma y no sólo desde su contenido. Desde entonces, el libro-objeto se considera un género de arte contemporáneo.
Modalidades
–¿Y el lector?
–El lector cambia de rol; pasa a ser un usuario de la pieza. Y la pieza como tal apela a una comunicación (y no necesariamente lectura en el sentido lineal) netamente basada en lo sensorial. Se pueden reconocer diferentes tipologías como las minimalistas, de intervención, conceptuales y más, incluyendo hibridaciones.
Esta noción de montaje nos abre a la alternativa de un despliegue lúdico y sensorial, en el que confluyen elementos de diversos universos que generan nuevos sentidos a partir del trabajo de la materialidad, el color, los niveles, los tamaños, las jerarquías, las texturas y otras características propias de lo objetual.
–¡Qué maravilla!
–En los libros objeto, los elementos del proceso de cualquier obra (que en algunos casos podrían acabar como material de descarte), toman un nuevo valor y configuran una obra original. En nuestro caso, a los ingredientes tradicionales (el texto escrito, el cartón, las pinturas) los hemos puesto a dialogar con otros lenguajes, como el sonoro, pero también aprovechando las posibilidades tecnológicas disponibles, como la alternativa de establecer a partir de códigos QR enlaces con cápsulas sonoras o de realidad aumentada. El código QR toma su denominación del inglés Quick Response Code, cuya traducción sería algo así como “código de respuesta rápida”. El código QR es una evolución del código de barras. Es un módulo para almacenar información en una matriz de puntos.
En lo puntual, nos interesa contar cómo fue el proceso de integración de todas estas ideas en una mayor, que es el libro objeto como tal. Creemos que hay ahí una riqueza que vale la pena compartir. Y por eso hicimos la muestra didáctica.
Construcciones
–¿Cómo se pusieron de acuerdo siendo que provienen de disciplinas tan diversas?
–Es que no estamos de acuerdo (risas). Además, no sólo que somos unos cuantos sino que a lo largo del tiempo el grupo va variando en su composición. El secreto fue volcarnos a la resolución práctica de situaciones, en base a aportes que naturalmente tienen la carga ideológica, disciplinar, filosófica de quien los produce pero que están hilvanados por el deseo de que algo imaginado se materialice de la mejor manera.
Entonces, el libro objeto se transforma en una especie de juego de mesa. No son muchas páginas, pero en cada una hay una buena cantidad de senderos laberínticos para recorrer. Y, así como nos pasó a nosotros al hacerlo, el lector también va recorriendo una dimensión tras otra, afronta los acertijos y comprueba que en equipo se avanza más rápido, sorprendiéndose a cada paso de que sabía cosas que no estaban alojadas en la esfera estrictamente mental, pero que eran parte de la experiencia de cada uno.
En otro plano, para nosotros fue como cumplir el sueño del pibe: poder armar nuestro propio juego. Más allá de la seriedad con que afrontamos las cosas, claramente, crear aquí ha sido sinónimo de jugar.
–Sostener lo colectivo también debe haber sido desafiante…
–Sin dudas. Suena interesante cuando otro lo dice, sí; pero emprender un camino con otros -que siempre son distintos a uno- por momentos fue un dolor de cabeza. Ahora, cuando miramos el producto en retrospectiva notamos el valor que cada pequeña o gran discusión le agregó.
–¿Qué dimensión tiene el prototipo?
–Considerable: 1,30 por 1,40 metros. Es el terror de cualquier bibliotecario (risas). Estamos acostumbrados a trabajar con otra espacialidad, por ejemplo, en el diseño gráfico. Y, luego, si a la apropiación del libro la van a abordar entre seis o siete personas, fue interesante preguntarnos: ¿qué es lo que cada uno va a ver? Y operar en consecuencia.
Hay que tener en cuenta que en el principio hubo una historia y que, desde allí, se fueron desplegando las cintas de moebius.
Inicios
–¿Y cómo arrancó todo?
–Hubo una propuesta que se compartió inicialmente en el Área Gráfica. Para llevarla a cabo inauguramos un espacio de reflexión y propuestas con la profesora Lea Lvovich, enfocado en la caracterización de lo sonoro y su relación con lo visual.
En el cruce de habilidades y experticias, el ejercicio nos fue llevando a concluir que, si el niño se manifiesta en y con todos los sentidos, a medida que va avanzando en la educación formal, todo su mundo puede volverse lógico-racional. De manera que, desde allí, nos preguntamos cómo -desde la materialidad de un libro- podemos ayudar a volver visible esta situación e inducir a que los lectores vuelvan a activar todos los sentidos.
Nos interesa afrontar ese reto desde un cruce armónico y enriquecedor entre la educación y la comunicación.
El proyecto de realización del prototipo se presentó ante la Secretaría de Políticas Universitarias, en el marco de una línea denominada “Universidad, diseño y desarrollo productivo”. Y la muestra didáctica se financió a partir de un proyecto de innovación pedagógica.
–Parece haber un alegato en contra de la producción en serie, también…
–Hasta donde sabemos, este tipo de libros se imprimen en serie en sólo China. Vaya a saber qué podremos hacer nosotros desde el litoral argentino. Tal vez no podamos hacerlos en serie, pero tampoco quisiéramos quedarnos sólo con este prototipo: cuando soñamos pensamos en una producción artesanal mínima que permita que haya un ejemplar en lugares claves, como bibliotecas y escuelas.
De esta técnica con desplegables de papel hay antecedentes en el siglo XIII. Los hacían como parte del arsenal didáctico, por ejemplo para entender mejor el cuerpo humano. Hoy la producción es vasta y diversa; hay notables diseñadores especializados en pop up, con obras maravillosas, incluso de clásicos.
No en vano se habla de una ‘ingeniería del papel’ porque hay que calcular qué parte le dará la energía para que un plano se levante y hasta dónde. Nuestro trabajo, en esto de ponernos a jugar, consistió en experimentar, en probar y modificar, casi como alquimistas.
–En virtud de las carreras que se desarrollan en la Facultad, ¿es exagerado pensar que, a partir de esta experiencia, pudiera surgir un área de especialización dentro de la comunicación y la educación?
–No dudamos de su enorme potencial, incluso con propuestas más rudimentarias o elementales a esta que estamos presentando. Lo cierto es que atrae a los alumnos y estudiantes la técnica del despliegue en sí mismo. Además, genera un notable interés el armado de la propia historia contada de esta manera. Hay que pensar que, dominada la técnica, hasta las tarjetas de cumpleaños saben diferentes.
Nosotros lo sabemos porque los niños y adolescentes han estado siempre siendo parte de la puesta en acto de cada idea: ellos fueron los testers. Ellos y nosotros, ya mayorcitos. Así que hemos visto cómo los y nos atrapa. Y pensamos que los mismo puede pasarle a cualquiera que no se haya olvidado del niño que fue o quiso ser.
Específicamente, ser parte de este proyecto nos ha dado mucha felicidad. Sentimos que se ha generado una atmósfera especial, muy humana, muy divertida también, animada. Y esa energía positiva nos empuja a complementarnos y a hacerlo con gusto.