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Vivir para contarla: Malvinas en palabras

Vivir para contarla

A pocos metros de la casa de Walter Raúl Gaioli se levantó un pequeño monumento junto a un mástil en conmemoración de los caídos en la Guerra de Malvinas. Cada 2 de abril, la bandera argentina flamea en la localidad de Seguí y los vecinos se reúnen para recordar a aquellos héroes que dejaron su vida para defender al país.

Con mucha predisposición, Walter recibió a MIRADOR ENTRE RÍOS para charlar sobre lo sucedido hace 37 años. En las paredes de su vivienda nada daba cuenta de su presencia en las islas. No tenía fotos ni medallas, ni nada por el estilo. Pero desde el inicio de la charla se pudo constatar que fue partícipe de uno de los acontecimientos bélicos más importantes de los últimos años. Su calidad de excombatiente se vio reflejada en las anécdotas, los nombres y los datos proporcionados.

En 1977, un año después de la instauración de la dictadura en la Argentina, el oriundo de Hernández ingresó al ejército en la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral. Luego de mucho esfuerzo y dedicación, se recibió y lo destinaron a Monte Caseros (Corrientes), en 1980. Con apenas 24 años, Walter era cabo en el tercer año del Regimiento 4 de Infantería.

A las 7 de la mañana de ese 2 de abril, los oficiales y suboficiales se encontraban en el comedor del regimiento convocados por su jefe, teniente coronel Diego Alejandro Soria, quien tenía una noticia para darles: se habían tomado las Islas Malvinas. La mayoría no se percataba de que ese día iba a quedar marcado para siempre en cada uno de ellos.

Los jóvenes conocían Malvinas solamente de alguna clase de geografía. Lejos de sus familiares y con la incertidumbre por lo desconocido, la tripulación partió rumbo a Comodoro Rivadavia. “Nos dijeron que nosotros no íbamos a Malvinas”, recordó Walter ante la mentira.

En la provincia de Chubut estuvieron una semana, donde los equiparon con ropa de abrigo. Pasados los siete días, los llevaron en un vuelo a Río Gallegos, que supuestamente se dirigía a Río Turbio (Santa Cruz). Cuando la compuerta se abrió, el primero que pisó tierra firme fue el entrerriano. Todo era sorpresa y los cambios de planes provocaron la bronca en más de uno.

Por la patria

Después de tanto movimiento, el Regimiento 4 de Infantería llegó a las Islas Malvinas, a tan sólo 2.400 km de distancia con Monte Caseros. Los aviones de combate invadían el cielo en Puerto Argentino. La delegación argentina permaneció en el sur un total de 55 días donde pasaron hambre, frío y mucha soledad. Como primera medida tuvieron que hacer 14 kilómetros caminando, con todo el equipamiento a cuesta, para dirigirse hasta el cerro Monte Harriet, donde estuvieron alojados.

“La convivencia entre los suboficiales era buena y nosotros manteníamos la coordinación con los soldados. Yo no tenía manejo de tropas, solamente tenía uno o dos soldados porque estaba en el tema de inteligencia, al principio, pero el trabajo mío era matar corderos para poder comer”, explicó Gaioli. En cuanto a los oficiales, el seguiense dejó en claro que “más de uno se cagó. Cuando volvieron al Regimiento, volvieron a ser la porquería que eran antes. Mientras tanto vos le estabas cuidando la espalda”.

En el tiempo que estuvieron allí comieron polenta, fideo hervido o guiso pero la rutina los llevó al cansancio y eso los motivó a salir a cazar los corderos de los ingleses, que habían dejado en sus establecimientos. Almorzaban cerca de las 4 de la tarde cuando los aviones ingleses bombardeaban la zona. Walter llegó al sur con 70 kilos, el corte de pelo al estilo militar y una buena aptitud física, lo que le había permitido consagrarse subcampeón entrerriano en 1.500 metros allá por 1975. En esos dos meses, adelgazó 16 kilos, se dejó el bigote y los pelos le crecieron un poco más de lo normal.

El clima era húmedo y era el terror de las noches. Muchos soldados tuvieron el denominado “pie de trinchera”, que terminaba con la amputación de uno o varios dedos. Constantemente lloviznaba y, en varias ocasiones, nevó. No tenían un cronograma con horarios hasta fines de mayo cuando los cambiaron de posición desde Monte Harriet hasta Monte Dos Hermanas.

El 12 de junio, a las cuatro de la madrugada, terminó la historia para estos muchachos. “Nos tomaron prisioneros porque no teníamos con qué tirar. No nos llegaban municiones. Estuvimos catorce días en combate permanente. El resto de los días estuvimos sin hacer nada”. Walter Gaioli y sus compañeros llegaron en avión a El Palomar, situado al lado del Colegio Militar de la Nación. Estaban sucios, barbudos y con mucha hambre. Un matrimonio de Puerto Madryn los encontró y les ofreció un teléfono. Llamaron a sus familiares y lo único que les dijeron fue: “Estamos vivos”.

Desde 1982 hasta la actualidad, el excombatiente no pisó nunca más la zona de guerra. “Si pudiera volver el tiempo atrás, volvería a combatir. Fui a defender lo que es nuestro”, culminó.

 

José Prinsich
redaccion-er@miradorprovincial.com

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