36 años después: Tras ser identificados sus restos, familiares de soldados sepultados en Malvinas viajaron a despedirlos – Entre los identificados está Carlos Mosto oriundo de Gualeguaychú
Un caracol de mar con tres microcartas de amor de la novia que lo despidió en 1982 cuando partió a la guerra de Malvinas descansan desde hoy en la tumba del “curita” Carlos Mosto, uno de los 90 soldados identificados en Darwin.
Como parte del contingente de familiares que viajaron a Malvinas, Elsa Mosto, hermana de Carlos, fue el puente de una historia de amor, al depositar esta mañana en la tumba ubicada en el sector C, fila 1, sepultura 4 del cementerio, un envío muy especial que llegó del continente.
“Le pedí a Elsa que llevara algo mío a la tumba de Carlitos. Como solo podían llevar una flor blanca de tela, busqué un caracolito de mar, escribí tres microcartitas, las metí adentro bien arrugadas y le pedí que lo ponga junto a las piedritas al lado de la cruz en la tumba”, cuenta Verónica Toller, su novia de entonces, con 16 años, hoy periodista y profesora de Letras.
No fue el único encargo que recibió Elsa. También llevó a la tumba de Carlitos un banderín de los Boy Scouts de Gualeguaychú, de donde era oriundo, la comunidad que lo recuerda como héroe todos los años cada 2 de abril.
“Entré caminando rápido al cementerio porque quería tirarme sobre su tumba para poder sentirlo. Tenía la necesidad de abrazar su cruz y transmitirle todos los mensajes que traía de la familia y amigos”, dice Elsa con lágrimas en los ojos en la entrada del cementerio de Darwin.
Para Elsa, los caídos en Malvinas como su hermano Carlitos “están enterrados en una tierra que les pertenece porque la hicieron suya con su sangre derramada”.
El cuerpo de Carlos Mosto fue uno de los 90 que lograron ser identificados tras el arduo trabajo del Comité Internacional de la Cruz Roja que analizó las muestras de ADN aportadas por los familiares con los restos exhumados del cementerio durante el año pasado.
La familia Mosto fue informada en diciembre del año pasado que era uno de los soldados identificados. En esa oportunidad, Elsa, Oscar y Hugo, los hermanos de Carlos, recibieron entre llantos y emociones mezcladas la información detallada sobre el proceso de identificación y una media chapa identificatoria con un número, atada a un cordel que usó durante la guerra y el cuerpo enterrado conservó durante 35 años.
En esa reunión de diciembre, les contaron que el cuerpo de Carlos fue encontrado envuelto en una manta verde dentro de una doble bolsa plástica blanca, con dos paquetes de Camel y Chesterfield, un peine, chiclets, tres balas y una carta en el bolsillo, todas pertenencias que fueron enterradas nuevamente con el cuerpo en un cajón luego de tomar muestras de un fémur y de su dentadura para el estudio de ADN.
Esas muestras fueron comparadas con el ADN que aportaron en el 2013 Elsa, Hugo y la mamá de Carlos, Blanca Mosto, que murió en 2014 sin conocer el resultado final.
Verónica cuenta que en las islas sus compañeros empezaron a llamarlo “el curita” porque “predicaba esperanza” y sus pares lo reconocían y valoraban por gestos como curar a cielo abierto a un caído y curarlo bajo las bombas inglesas, sacar a escondidas víveres de los almacenes del Ejército para repartirlos entre las tropas, o quitarse su abrigo -del poco que llevaban para ese clima helado- para ofrecerlo a otro.
Su familia, novia y amigos lo despidieron el 9 de abril de 1982, un Viernes Santo, en la vieja estación de micros de Gualeguaychú.
“Te digo que esto llega al final. Los tipos están a 10, 12 km de nosotros, y se preparan para el final. Nosotros también. Quizás es la hora en que llegue a conocer la cara de mi hermano enemigo. Nunca sentí ni voy a sentir odio hacia el inglés. Quiero que sepas también que rezo por ese inglés que quizás algún día se encuentre frente a mí”, escribió Carlos pocos días antes de morir en la última de muchas cartas que le envió desde la guerra a Verónica.
Hoy, casi 36 años después, todas esas cartas tuvieron su respuesta, reprodujo El Once. (APFDigital)