En medio de la lluvia de sanciones contra Rusia, el presidente Vladimir Putin observó que si un país no puede tomar sus propias decisiones, no es soberano. Era una crítica a los países europeos alineados con la Otan detrás de los Estados Unidos con motivo de la crisis de Ucrania, cuando la guerra actual comenzaba.
Esos países, los colonialistas de la historia de occidente, a las apuradas encontraron razones para sancionar la “operación especial” de Rusia e incluso, casi ridículamente, para “cancelar” actos culturales ya programados en que apareciera algún ruso famoso, como Dostoievsky o Tchaicovsky.
Entre los países que se mostraron incapaces de tomar decisiones autónomas hubo algunos que hasta no hace mucho se caracterizaban por una política exterior intransigente y belicosa, como Alemania.
Los alemanes pagaron miles de millones de dólares para construir el gasoducto Nord Stream que trajera gas natural de Rusia por el mar Báltico; pero dudaron y temblaron al momento de ponerlo en servicio.
Luego soportaron que toda su inversión volara por el aire en un atentado sin decir esta boca es mía. Y aceptaron pagar el gas natural licuado estadounidense, que llega en barco y es producto del fracking, varias veces más caro que el ruso, con el consiguiente deterioro de la capacidad industrial alemana.
Dolarización argentina
Retomando la definición de Putin, si la Argentina fuera un país de verdad soberano tendría moneda propia y controlaría su valor a través del Banco Central, que debería resguardar el equilibrio financiero.
Pero el peso argentino está destruido y el Banco Central no controla nada. Algunos argentinos piden una capitulación que consiste en entregar su política monetaria como ya hicieron otros países de nuestra América.
Hay muchos que aplauden la propuesta de dolarizar, que tuvo una experiencia fracasada cruelmente en diciembre de 2001.
Es decir, hay un buen número que festeja la entrega de la soberanía monetaria a la Reserva Federal de los Estados Unidos, la única en el mundo que puede emitir dólares.
Ya la entregaron el Ecuador -que dejó morir el sucre por sugerencia de Domingo Cavallo en una crisis hiperinflacionaria en el año 2000 -, El Salvador, Panamá y Zimbabue.
En Ecuador hubo inflación en dólares de casi el 100% después de la dolarización, pero la suba del petróleo de 15 a 100 dólares el barril vino a favorecer un apuntalamiento de la economía ecuatoriana que el común de la gente todavía hoy atribuye a la dolarización.
En Zimbabue, cuando llegó el tiempo de dolarizar, había habido tres episodios hiperinflacionarios en dos décadas.
Cada vez que la Argentina sufre un estrangulamiento por falta de divisas como ahora, a pesar de que tiene dólares pero se fugan, suele aparecer como presunta solución el repudio de la moneda nacional y la adopción de la divisa de los Estados Unidos.
Como el Banco Central no puede emitir dólares, solo le quedaría meter violín en bolsa para que sea la Reserva Federal la que marque los pasos de la Argentina en materia monetaria. La Reserva hace y deshace ante todo en función del interés de la docena de bancos privados que la gobiernan desde 1913, incluso endeudando al propio gobierno estadounidense, y seguramente tendrá en cuenta el interés argentino tanto como hasta ahora.
La finalidad de la dolarización es eliminar el déficit fiscal, al que le vienen colgando muchas culpas desde hace rato, y de paso también cerrar el Banco Central.
En estas condiciones no debería haber inflación, por lo menos no más que la que hay en todo el mundo, porque la emisión de dólares no está menos descontrolada que la de pesos y además, la hegemonía mundial del dólar es cada vez más cuestionada.
Un síntoma es la necesidad apremiante de empujar para arriba a cada rato el “techo” de la deuda norteamericana para que el Estado pueda seguir endeudándose y atendiendo sobre todo a los gastos militares, que no se tocan.
Para dolarizar es necesario reemplazar por dólares los pesos en circulación, los pasivos del Banco Central y los préstamos bancarios.
Aparece una paradoja: si de golpe apareciera alguien con los 40.000 millones de dólares necesarios para reemplazar todos los pesos en circulación, ¿tendría eco la propuesta de dolarizar?
La dolarización haría que la política monetaria argentina quede en manos de los Estados Unidos.
A cambio de resignar la soberanía monetaria tendríamos estabilidad, no gastaríamos por encima de nuestras posibilidades, a pesar de que eso es lo que hacen los países soberanos, incluidos los Estados Unidos.
Sin embargo, sin ánimo de tirar más pálidas de las que ya circulan en cantidad, los políticos no se verán privados a la larga de su hábito de emitir a voluntad.
Un recurso que ya usaron con la dolarización anterior, que terminó en catástrofe en 2001, fue la autorización a los bancos a trabajar con encaje de dólares menor al 100%, de modo que mediante préstamos podían producir “argendólares” y la clase política recuperar la posibilidad de endeudarse.
También en aquel tiempo de De la Rúa presidente y Cavallo ministro, cada provincia emitió sus cuasi monedas, en Entre Ríos los bonos federales (bofes).
La escasez de pesos, derivada de las restricciones para la emisión fijadas por la ley de convertibilidad, que en parte sigue vigente, abrió a los políticos el camino de las cuasimonedas.
Las cuasimonedas del fin de la “Alianza” implicaron un efecto semejante al de las aduanas interiores que prohíbe expresamente la constitución nacional, ya que el dinero emitido en una provincia no solía ser aceptado en otras.
No será posible a pesar de la dolarización impedir que los Estados provinciales y municipales, incluso el nacional, emitan bonos que sufran las mismas calamidades que el peso que se quiere desterrar.
La luz bienhechora que los dolarizadores esperan irradie el ojo que todo lo ve, puede quedar nublada por las versiones futuras de los lecop nacionales, los bofes entrerrianos, los patacones bonaerenses, los petrobonos neuquinos o los lecor cordobeses que quiera traer otra repetición de la historia.
De la Redacción de AIM.