Christian Amarilla
“Soy el dolor de espalda de mi viejo”, la conmovedora carta de un joven que se recibió de licenciado en química
Christian Amarilla se graduó en la Universidad Nacional del Sur, en Bahía Blanca. Días después escribió una dedicatoria que comenzó a viralizarse por las redes sociales. La historia de un estudiante de 26 años que sólo quería devolverle a sus padres el esfuerzo invertido
Marta era desempleada. Cecilio, su padre, trabajaba de sereno: cuidaba un galpón y le pagaban en efectivo. Recorría más de 35 kilómetros en bicicleta. Por la tarde, se iba a un cementerio a limpiar y a hacer seguridad. Dormía cinco horas por día. Christian lo cuenta y su voz comienza a estremecerse: “Esos primeros años fueron difíciles. Vivíamos el día a mi día, costaba mucho. Comíamos una sola vez al día y después era alimentarnos con té. Eso duró varios años hasta que mi viejo consiguió trabajo en una cooperativa. Si bien no era mucha plata, pudo descansar un poco”.
Los dolores de espalda, la hernia de disco y los calambres frecuentes son los síntomas del esfuerzo de Cecilio. Christian los nombra en su carta. Sus padres no aceptaban el dinero de la beca que él invertía en su casa. Colaboraba en los servicios básicos, pero necesitaba cubrir sus gastos diarios de cursada: precisaba de crédito para los viáticos, para las fotocopias y para almorzar en la universidad, donde pasaba -entre clases, estudio y actividades sociales- cerca de once horas por día.
Creo que si dejaba, ellos me mataban. Porque mi sueño era su sueño”. Christian, el primero de su familia en estudiar una carrera universitaria, explicó que el respaldo se convirtió en el compromiso de recibirse para devolverle la dedicación de años: “A 17 kilómetros de la sede de la universidad, en los cincuenta minutos que tenía de viaje, cada vez que volvía a casa soñaba con verlos ahí escuchándome dar la tesina”.
Publicación en su red social
Soy la bolsa de pan con mermelada que me daban las porteras al terminar la escuela para que me lleve a mi casa.
Soy el club de barrio que me permitió entrenar básquet durante 11 años sin cobrarme cuota social y pagándome el transporte para pueda ir a los partidos. También soy los botines de fútbol 5 que usaba de niño para jugar al básquet por no tener otras zapatillas.
Soy ropa prestada de mis amigos para salir a bailar.
Soy las actividades que hicieron mis compañeros del secundario para pagarme el viaje de egresados.
Soy el bullying que sufrí en a la adolescencia por tener la piel más oscura que el resto.
Soy los 30 kilómetros en bicicleta que hacia mi viejo todos los días para ir a dos trabajos por migajas de pan. Soy el dolor de espalda que hoy siente por las noches por tener que seguir laburando a pesar de su hernia de disco, soy también sus calambres.
Soy los inventos de mi mamá para que un arroz blanco sea el plato más delicioso del mundo. Soy la preocupación de ella cuando de pibe llegaba tarde a casa, y también su ocupación para que yo siga estudiando a medida que fui creciendo.
Soy el hambre que pasaron muchas veces los dos, para que yo y mis hermanos comiéramos la poca comida que había.
Soy la beca que me dio la oportunidad de ir a la Universidad. Soy carpetas prestadas. Soy el tiempo que me regalaron mis amigos preparándome para que llegue bien a un examen. Soy horas en la sala de lectura.
Soy un machete que hizo que mucha gente me prejuzgue. Soy quienes me buchonearon antes de advertirme que no lo haga.
Soy mis uñas comidas por el miedo y la ansiedad de no llegar a terminar la carrera.
Soy el daño que les provoque a personas que me han querido incondicionalmente.
Para hoy ser “licenciado”, primero tuve que ser todas las otras cosas. Por eso hoy disfruto mucho serlo, porque es muy difícil llegar, y porque a mí particularmente me ha costado un montón.
Que venga lo sea, porque estoy preparado.