Hay historias que resultan inspiradoras. Y cada ser humano que se mueve sobre el planeta es protagonista, cada día, de alguna de ellas. Pero no todos, sólo algunos, alcanzan a rescatar los hechos singulares que viven cotidianamente para otorgarles el valor trascendente que poseen y compartirlo con otros.
En agosto de 1965 Antonio Mulone conoció a Jorge Luis Borges. El célebre escritor llegó a Santa Fe, invitado por el entonces “maestrillo” de Literatura Jorge Bergoglio para dar un seminario a sus estudiantes en el Colegio de la Inmaculada Concepción, a cargo de los Jesuitas.
Mulone tenía entonces 17 años y era uno de esos estudiantes a los cuales el joven religioso –técnico químico pero apasionado por la literatura– daba clases. Para aquel alumno, nacido en Victoria y que por entonces –luego de su pasar su infancia en Ramírez– cursaba el colegio secundario, conocer al autor de “El Aleph” fue una experiencia profunda que confirmó alguna de sus intuiciones, entre ellas su pasión por la lectura y la literatura. “Borges nos incentivó a que escribiésemos cuentos”, recuerda Mulone en la charla, en su casa de Paraná, más de medio siglo después de aquel acontecimiento.
El camino se reafirmó al año siguiente, en 1966, cuando –también por inquietud del actual Papa Francisco– visitaron el colegio María Esther Vázquez y la por entonces jovencísima María Esther De Miguel. “Para qué decir otra cosa; nos enamoramos de María Esther (De Miguel). Ella era muy joven, bonita, tenía una voz única, muy dulce, y era una lectora incomparable”. La autora larroquense, que luego devino referente de la novela histórica en la Argentina “nos cautivó a todos y a mí me animó en la vocación de escribir”, confía este hombre afable que se declara admirador profundo de la obra de Borges del cual dice haber leído “todo”.
Tres años más tarde, tras concluir la secundaria en 1966 y trasladarse a Esperanza para estudiar en la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNL, Antonio descubrió la bicicleta; su segunda pasión, que lo acompaña desde entonces. “Teníamos cerca el velódromo, por entonces único en toda la región y a mí me gustaba ir con frecuencia a pedalear allí. Desde entonces estamos juntos la bicicleta y yo”.
Al finalizar sus estudios universitarios, en 1973, el joven profesional enfocó sus energías en desarrollarse en el campo laboral. Pero nunca olvidó esas dos pasiones. El fragor de lo cotidiano no lo apartó de las letras y la actividad deportiva. “Aproveché cada oportunidad que tuve para pulir mi escritura”, cuenta Antonio, que reconoce ser autodidacta, ya que nunca asistió a algún seminario o taller de escritura. Su escuela fue la persistencia y el trabajo sostenido, artesanal. Por ejemplo, en una etapa de su desempeño profesional, mientras trabajaba para el Consejo Federal de Inversiones (CFI), trataba que la redacción de sus informes no fuese meramente técnica, sino que “planteaba esos textos, en un punto, como ejercicios literarios. Trataba de proponer una idea y desarrollarla, lo cual añadía un valor agregado a lo meramente técnico”.
Ese ejercicio sostenido de escribir y leer lo acompañó en las diversas etapas de su quehacer laboral, que de la ingeniería lo llevaron a la microfilmación, a crear su empresa y a recorrer y conocer, por esta razón, distintas regiones del país. “Como Borges, puedo enorgullecerme de los textos que he leído”, asegura. Y cita, entre otros, a Borges, Bioy Casares, Umberto Eco. “De la infancia me quedan Salgari, Verne y como libro de cabecera, tengo el Martín Fierro, de José Hernández, al que de releer una y otra vez desde el secundario, sé me muchos cantos de memoria”.
Si bien ha escrito mucho, no todo es para compartir. “Me gusta la poesía, he escrito poemas, de hecho a veces en algún cumpleaños de un amigo le escribo algunos versos; pero la mayoría de lo que he hecho prefiero conservarlos para mí, son cosas que reservo”.
El reencuentro
Cuatro décadas después de su encuentro con Borges, en 2006, por sugerencia médica, “Polo” –como lo conocen familiares y amigos– tuvo que dejar la navegación a vela –que practicó junto a su hijo durante muchos años en clase Laser y veleros cabinados en el Club Náutico Paraná–. La opción fue reencontrarse con aquella pasión que aguardaba, paciente, para reencenderse: la bicicleta.
“Empezamos a entrenar con un amigo, Eduardo Rico, también fanático de esta actividad y que hace pocos meses hizo una travesía por la Patagonia”, explica Polo.
Lo primero fue una etapa de cicloturismo, para pasar después a otra fase: “Comencé a participar en competencias de mountain bike y travesías”.
En ese ambiente conoció a la que hasta el año pasado fue su compañera de vida: Nelba. “Una mujer extraordinaria”, evoca Antonio. “Ella me alentó muchísimo”. Y un matiz de tristeza atraviesa su mirada cuando recuerda la pérdida, el año pasado, de Nelba, conocida en el mundo ciclístico “y una persona muy querida por todos”.
La muerte fue devastadora para el ciclista que, para elaborar la ausencia y dar un cauce al dolor, decidió redoblar la apuesta por eso que tanto los había unido y que ambos amaban. Fue así que junto a un grupo de compañeros de la actividad participó de un encuentro en un campamento en Valle María. “La idea era probar el equipamiento para programar un viaje más largo en un destino que podía ser los lagos del sur, las sierras de Córdoba o el cruce de la Cordillera. Fuimos cuatro de los diez que fueron invitados. Lo pasamos muy bien y me sirvió para dejar atrás el inmenso dolor por la pérdida de Nelba”.
El test fue exitoso y permitió comprobar también que el equipamiento era apropiado para concretar el propósito: viajar a las sierras cordobesas para “recorrer todos los caminos que quisiéramos, acampando allí donde nos tomara la noche o el cansancio”.
De los ocho amigos inicialmente comprometidos, finalmente sólo dos enfrentaron el desafío: Antonio y Estela, una profesional varias décadas más joven que él pero con similares motivaciones para enfrentar la prueba.
Fue así que en 29 días, desde el 2 de enero pasado, Ambos encararon el viaje.
Fueron 500 kilómetros los que recorrieron por todo tipo de caminos en un mes que Mulone admite que resultó “inolvidable”.
La aventura
Hace pocos días, Polo presentó el resultado de esa experiencia que el ciclista adjetiva como “mágica” y que tradujo en su libro: “Vivir la aventura de la bicicleta”. Acompañado por familiares, amigos, vecinos y público en general compartió la alegría de soltar del entorno más cercano y lanzar a la consideración de los lectores los 13 cuentos y relatos que integran el volumen, publicado por Gowin Ediciones.
Fue, también, un modo de comenzar una nueva etapa en la que conjuga plenamente esas dos pasiones que han permanecido como fiel compañía a lo largo de sus días: la literatura y el ciclismo.
Salvo “El buque” –relato que abre la serie y que escribió impulsado por la pérdida de su compañera de vida– las piezas que componen el volumen de 145 páginas fueron redactadas con fervor entre febrero y mayo de 2019. Ordenadas como diario de viaje en el que se enhebran los recorridos que realizó, Polo presenta postales sucesivas en las que aparecen el paisaje, el ambiente y la emoción. Acaso lo más relevante resulta la presencia del ser humano, que es la clave para comprender la síntesis y el mensaje que –a veces como moraleja, como sucede en “el puente” o “la tranquera”– quiere legar el autor. En esos 500 kilómetros, cuenta “el momento más difícil fue sin duda, subir la cuesta que llegaba hasta el observatorio astronómico de la Universidad Nacional de Córdoba, en Bosque Alegre. Era pleno enero, a las cuatro de la tarde y hacía un calor tremendo. Con las bicicletas cargadas y las mochilas. Llegamos, como está en el libro, porque en el último tramo, una camioneta paró y nos ofreció cargarnos y levarnos hasta arriba. Un momento tremendo”.
En ese contexto, el mensaje que el autor conjuga en estas páginas entrega una síntesis entre lo inefable de una experiencia espiritual –dimensión de la cual Mulone no reniega y que reconoce fruto de su formación católica en el seno familiar y en el colegio a cargo de los jesuitas–, una búsqueda vivencial, y las experiencias que ha atravesado en ese camino; como por ejemplo la práctica de disciplinas orientales, como el yoga y el Tai-chi-. Esa singular síntesis que se presenta en el libro está condensada en breves frases que Polo ubica en el inicio de cada relato, que operan como referencia para fijar la clave de cada pieza.
Los cuentos
A este libro sumó también “Cuentos que cuenta la bicicleta”, que pensaba presentar en 2018, intención que debió postergar por la muerte de Nelba.
En este primer trabajo se arraciman relatos escritos entre 2011 y 2017. Los relatos brindan al neófito una introducción a la intimidad de quienes aman realizar travesías en bicicletas.
Pero a diferencia de “Vivir la aventura…”, en este volumen “Polo” halla el material de sus relatos en sucesos que acontecieron en distintos sitios, desde la Patagonia a Entre Ríos o Tucumán. Se trata, sin más, de narraciones breves –salvo “La olla”, de una extensión que supera varias veces las del resto– que comprenden registros diversos; la anécdota costumbrista, el relato de momentos en una competencia, o la situación de tono intimista.
El valor de esta iniciativa se expresa en el contenido de las páginas y en la intención que trasunta haber realizado el esfuerzo de escribir: afrontar la vida como un viaje que se propone, entre el nacimiento y la muerte. Salir al encuentro, cada día, de lo inesperado con una clara conciencia de que un hecho puede torcer lo previsto, cambiar el rumbo de la aventura. Y lograr que acontezca un milagro. Tal como Antonio cuenta en estas páginas, en las que, con mucha destreza –ya que engarza, con habilidad, realidad y fantasía– narra distintos episodios que sucedieron en ese andar por los caminos. Se trata de encuentros fortuitos que tienen a la práctica del ciclismo “como excusa para contar otras cosas”.
Nuevos desafíos
La vida lleva a los humanos por caminos impensados. Y en ese recorrido les presenta experiencias que deben afrontar, asumirse y sintetizarse. Como el sabor de las frutas, algunas amargas, otras dulces. Sin embargo, si así se lo considera, nutritivas todas.
En este aspecto, Mulone, que continúa escribiendo diariamente, adelanta que ya tiene material para otro libro. Y, claro, en la placidez de su pequeño refugio –en el que lo acompañan dos bicicletas KTM, una para mountain bike y otra para competencias de velocidad– planifica su próximo desafío ciclístico. Aquel que pueda darle material para nutrir sus relatos y compartirlos más tarde con otros.
Mientras, enfrenta cada jornada en el pequeño departamento que habita con la serena placidez de aquel que, en siete décadas, ha comprendido que el bienestar se encuentra en las cosas sencillas de la vida. Y repite, para despedirse, una frase que pertenece a Borges: “Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos un instante en el paraíso”.
Trayectoria
Antonio “Polo” Mulone nació en Victoria, el 15 de noviembre de 1948. Disfrutó en su niñez del contacto con la naturaleza y las tareas del campo, en la ciudad de Ramírez.
Desde su juventud desarrolló interés por la bicicleta y las actividades al aire libre. Luego de cursar estudios secundarios en Santa Fe, se graduó como ingeniero, en Esperanza (Santa Fe). Su interés por las tecnologías lo llevó a la creación del Centro de Microfilmación de la provincia de Entre Ríos. A partir de 1996 creó su propia empresa y recorrió distintos puntos del país.
Actualmente compite en bicicletas mountain bike y participa en competencias de ciclo turismo. Disfruta también de la compañía de sus hijos y nietos.