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La modernidad: Una explosión que ciega

Hasta el Renacimiento, Europa fue un rincón periférico del mundo, tanto del imperio otomano como de los imperios orientales, mucho más poblados y poderosos, sobre todo la China.

En 1453 los otomanos tomaron Constantinopla y terminaron con el milenio del imperio romano de Oriente. De paso, cortaron las rutas comerciales de Europa al Oriente y la dejaron aislada. Por entonces, Europa se extendía desde Viena hasta Granada -con los musulmanes a ambos lados- y tenía unos 70 millones de habitantes, menos de la mitad de la China de entonces.

Estaba comprometida desde el siglo VII por la expansión árabe, y no había obtenido casi nada en las Cruzadas a pesar del entusiasmo popular y el apoyo de los reyes y caballeros al papa.

Solo Venecia tenía alguna conexión con el Oriente. El Asia, que fue siempre el centro de la civilización, estaba en ese tiempo en manos de los mongoles.

En 1421 el emperador chino Tzu Di inauguró la ciudad prohibida de Pekín con la presencia de gobernantes de Asia, Africa, Arabia y las costas del Indico. Pero a pesar de que los chinos los conocían bien, no invitaron a los monarcas de Europa porque España, Francia o Inglaterra no tenían comercio ni ciencia valiosos y el emperador no los tenía en cuenta.

Comienzo quieren las cosas
Pero entonces Europa comenzó una expansión explosiva que no ha terminado todavía, adornada luego con la ideología de la superioridad de su civilización, que se enfrenta a inicios del siglo XXI a su declinación en términos quizá trágicos.

Por un lado, los rusos vencieron a la Horda de Oro en Kulikovo en 1380 e iniciaron una expansión hacia oriente a costa de los mongoles, que los llevaría en siglos a dominar toda Siberia y a “descubrir” el océano Pacífico.

La otra expansión fue hacia el occidente, encabezada por España. El Atlántico volvió a justificar su antiguo nombre de mar tenebroso al convertirse al inicio de la modernidad en la vía del tráfico de esclavos entre Africa y el continente con que Europa tropezó el 12 de octubre.

Vencido el reino musulmán de Granada en enero de 1492, España tomó ese mismo año el camino de occidente tratando de llegar al Lejano Oriente posiblemente porque Colón desvió la mirada de los reyes españoles del camino por el sur de Africa, que había abierto Bartolomé Díaz para Portugal.

La necesidad de encontrar rutas al Oriente hizo vencer temores ancestrales que impedían navegar al sur de Marruecos. El portugués Gil Eanes lo hizo en 1434 desafiando la caracterización del mar tenebroso del historiador árabe Ibn Jaldún: “Es un mar vasto y sin límites en que los navíos no se atreven a alejarse de la costa, porque aunque conocen la dirección de los vientos, no pueden saber a dónde podrían llevarlos, porque no hay un territorio habitado más allá y correrían el riesgo de perderse entre las brumas y las tinieblas”.?

La ideología de la dominación
La modernidad apareció como dominación colonial del otro lado del océano; fue una novedad histórica considerable, un fenómeno múltiple que todavía presenta problemas de interpretación.

La ideología con que se cubrió el ansia desnuda de rapiña, los paños fríos con que se quiso cerrar los ojos desorbitados por la codicia, fue lo que el teólogo Juan Ginés de Sepúlveda (1494-1573) llamó turditatem, torpeza de los “indios” que tendría corrección en la civilización que ofrecían los españoles.

Es el argumento civilizado por excelencia, el que esgrimen desde el siglo XVI los filósofos de ese rabo del Asia que es Europa.

Para Sepúlveda no era ya una disputa mediterránea entre cristianos y moros infieles, sino atlántica entre civilizados europeos y bárbaros americanos. Uno de los padres de la democracia moderna, Miguel de Montaigne, sumó su criterio: “a esos caníbales (los caribes) podemos llamarlos bárbaros con respecto a nuestras reglas de la razón”.

Todavía hoy las “reglas de la razón” occidentales están adornadas con plumas científicas y filosóficas, de modo que la civilización originada en Europa es sin más la civilización y sus “reglas de razón” las únicas universalmente válidas…para los hijos de occidente.

Y Sepúlveda entiende “justo y conforme al derecho natural que tales gentes bárbaras se sometan al imperio de príncipes y naciones más cultas v humanas, para que por sus virtudes y la prudencia de sus leyes, depongan la barbarie y se reduzcan a vida más humana y al culto de la virtud”.

Lo tuyo y lo mío
Como con otra mirada dijo mucho después Eduardo Galeano: “Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: “Cierren los ojos y recen”, Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia.”

Para despejar toda duda, Sepúlveda recomienda: “Si rechazan tal imperio (de la monarquía española) se les puede imponer por medio de las armas, y tal guerra será justa según el derecho natural lo declara … En suma: es justo, conveniente y conforme a la ley natural que los varones probos, inteligentes, virtuosos y humanos dominen sobre todos los que no tienen estas cualidades”.

Por supuesto, la masculinidad, la probidad, la inteligencia, la virtud y la humanidad eran patrimonio exclusivo de los europeos y así en el fondo sigue siendo porque la colonización ha algo la forma, pero nada el contenido.

La modernidad consiste en esencia en eso que aparece cuando la despojamos de todos los adornos: su cultura es superior solo porque es la suya y de allí deriva su presunto derecho de imponerse a todas las demás. Tomando lección de Aristóteles tendían a considerar no humanos a los no europeos, como el filósofo declaraba no humanos a los asiáticos y europeos bárbaros, porque humanos eran para él sólo “los vivientes que habitaban las ciudades helénicas”

Sepúlveda asegura que de Europa llegaron al continente para ellos nuevo “la virtud, la humanidad y la verdadera religión que son más valiosas que el oro y que la plata”. En cambio, los españoles se apresuraron a conformarse con lo menos valioso: se llevaron el oro y la plata, esclavizaron a la población para explotarla mejor y usurparon un territorio 100 veces mayor que España.

Todavía hoy, en el siglo XXI, siguen los hijos putativos de Europa desparramados por el mundo asegurando que la expansión “blanca” es una obra civilizadora, emancipadora de la barbarie en la que está sumido el resto de la humanidad.

El escocés John Mair, Juan Mayor, profesor en París alrededor de 1500, no tuvo que viajar a América ni ver jamás a un “indio” para sentenciar: “aquel pueblo vive bestialmente por lo que el primero que los conquiste imperará justamente sobre ellos, porque son por naturaleza esclavos”.

Tras algunos intentos de preservar las culturas autóctonas bajo la autoridad de España y de los franciscanos, en 1565 la “Junta Magna” de Felipe II estableció los fines de la colonización: la evangelización basada en la donación del Papa Borgia y la sujeción a España de todo poder local. Los incas, por ejemplo, aparecían como “invasores, borrachos y tiranos”. Se dispuso crear escuelas para adoctrinar en el catolicismo a los niños indígenas y se estableció el tribunal de la inquisición para “corregir” cualquier desviación. Comenzó entonces reino de la plata, del que Potosí será modelo, de la riqueza, la avaricia, la corrupción que aportó el colonizador europeo a las costumbres indígenas.

Día de la raza
Cuando algunos gobiernos dispusieron festejar el 12 de octubre como “día de la raza” no se había producido en el siglo pasado el uso que tuvo esa palabra por ejemplo entre los nazis. Se decidió entonces que “raza” no era término científico que oponer en nombre del hombre blanco europeo al nativo americano. Y la epopeya de Europa empezó a tomar colores menos vistosos. Hoy en la Argentina no es día de la raza ni motivo de festejos, aunque sigue siendo feriado.

Actualmente el aniversario del día de la llegada de los españoles a nuestro continente no es el “descubrimiento” que nunca fue, ni implica loas a ninguna raza, ni siquiera festejos. Es el “Día del Respeto a la Diversidad Cultural Americana”. Por ahora es solo un cambio de nombre, porque no hay ninguna tolerancia para los pueblos originarios cuando intentan reclamar de modo que interfiera con negocios que a veces de blancos tienen apenas la piel.
De la Redacción de AIM.

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