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Las políticas nuestras, de los discursos a las construcciones

Circunscribir el debate a la conveniencia de realizar las PASO es, en algún punto, limitar la reflexión sobre cómo sucede la actividad política en general y cuáles son los vínculos reales entre los ciudadanos y los procesos electorales.

La presentación de un proyecto de ley para suspender las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias tuvo una efímera consideración parlamentaria, pero le ha permitido al entramado de medios tradicionales y no tradicionales construir un fetiche analítico para producir una buena cantidad de neutro entretenimiento, eso que suele llamarse debate político, de manera equívoca. De los arrestos participan tanto las redes de empresas especialmente interesadas en sembrar sospechas sobre la actividad política cuando las encuestas son esquivas a los candidatos que ellas sostienen, como otros tantos equipos que, ad honorem, en distintos puntos del país, toman el lápiz de carpintero que se utiliza para bosquejar las agendas periodísticas porteñas y se abocan a delimitar una propia, a escala local.

Es interesante tener en cuenta que el desencanto social hacia el costo político y hacia la política en sí fue uno de los pilares del colectivo que lidera el Presidente de la Nación. Llegado al poder, en alguna medida, para modernizar la actividad política, para volverla más transparente, para sacársela de las garras a las pandillas partidarias o los cuatreros de votos y devolvérsela al ciudadano de a pie, se acaba de anunciar una fórmula en la que Mauricio Macri lleva de precandidato a vice a Miguel Ángel Pichetto, jefe por entonces de una de las bancadas opositoras en el Senado de la Nación y uno de los integrantes del quinteto de cuerdas que cuestionaban el status quo, lo que incluía tanto al gobierno como a su antecedente, del que formaban parte también Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey, Juan Schiaretti y Roberto Lavagna.

El acuerdo de Macri con Pichetto fue a título personal. Es decir que para suscribirlo el legislador se ausentó de su condición de dirigente, en el sentido de esa cualidad que hace que algunos representen a otros ante determinados espacios, lo que no evita la rendición de cuentas ni la búsqueda de consensos internos que deben sustentar las posiciones de quien conduce ante una negociación cualquiera. Adviértase que nadie entre sus ex compañeros de la tercera vía lo ha seguido, elogiado o al menos simplemente reconocido.

El tema tampoco se discutió en el momento adecuado al interior del bloque del PJ Federal de senadores nacionales que presidía, cargo al que sus pares lo conminaron a renunciar. Lo mismo pasó con el lugar que, en nombre de la oposición, ocupaba dentro del Consejo de la Magistratura. De la noche a la mañana, pasó de crítico moderado a ser parte de una reunión de gabinete, en la Casa Rosada.

En el plano discursivo, para el oficialismo dejó de ser el burócrata enquistado en el poder y se transformó en un profundo conocedor del Estado, un sujeto político clave, un referente parlamentario, vital para los tiempos que vienen. El repaso de una breve galería de objeciones y alabanzas mutuas nos proporcionará una mejor idea de la sustancia que atraviesa estos procesos: en 2015, Macri –al justificar la necesidad de la renovación que él encarnaba– puso como ejemplo a Pichetto al indicar que estuvo –en distintos papeles, todos de importancia manifiesta– con Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández; Pichetto –para subrayar la necesidad de buscar alternativas superadoras– afirmó, sólo unos meses atrás, que Macri hacía “kirchnerismo blando”; ahora, más cerca, ya como compañero de fórmula, el nacido en la bonaerense ciudad de Banfield y senador por la provincia de Río Negro consideró que con Macri el país “recuperó el diálogo” y que además el primer mandatario “es la garantía para que no vuelva el populismo a la Argentina” y, a su vez, el titular del Ejecutivo lo destacó recientemente como alguien que “siempre piensa en la patria y la gobernabilidad antes que en su persona y su partido”.

Máscaras

Menemista, kirchnerista, neomacrista, Pichetto es un ejemplo de pragmatismo político a ultranza, parte de ese ejército que no antepone posturas previas –filosóficas, políticas– a la hora de forjar un acuerdo. Y, a la vez, un reflejo de cómo se hace política en la Argentina: los militantes o los ciudadanos sin jinetas sirven de escenografía, para la foto, le dan otro ‘movimiento’ y ‘color’ al videíto; son el contexto, un detalle etnográfico, la ornamentación necesaria; a las decisiones se las toma entre pocos, poquísimos. Y son muchos los dirigentes que en lugar de cambiar este estado de cosas se concentran en dar la batalla por ocupar los espacios donde decide un puñado de influyentes.

En fin, es probable que desde ahí pueda verse con otra panorámica esta discusión en torno a qué tanto afectan las PASO a la relación entre política y sociedad.

Por si alguien estableciera conexiones ligeras, tal vez sea conveniente consignar que hay dudas respecto de si la frase “estos son mis principios y si no le gustan, tengo otros” fue pronunciada efectivamente por Groucho Marx, ese extraordinario humorista, sarcástico, creativo escritor, incisivo, considerado el cómico más influyente de todos los tiempos, identificable actor –no sólo por su habano, sus anteojos y su ancho bigote pintado de negro– pese a que falleció en 1977 a los 86 años. A él se le adjudica la maquiavélica construcción oracional porque, entre otras cosas, guarda relación con su estilo ácido. Pese a esta situación de indefinición, la cultura digital la ha incluido entre muchas otras expresiones, adjudicadas a Marx, el neoyorquino. Si bien sus seguidores no han encontrado marcas de origen en su vasta filmografía y –según aseguran– tampoco en sus libros, aceptan que el humorista supo hacer un programa cuando el cine entró en crisis y las radios estaban en condiciones de pagar algún que otro sueldo atractivo. En efecto, junto a su hermano Chico, Groucho armó entonces un sketch que se organizaba en torno a la rutina diaria en un estudio de abogados. Salieron al aire una treintena de capítulos, pero el tipo de humor que practicaban no resultó. Y la experiencia se dio por terminada. Lo que está en duda es si en alguna de esas emisiones, Groucho pudo haber dicho esto que hoy podríamos caracterizarlo como una perla del cinismo político: “estos son mis principios y si no le gustan, tengo otros”.

¿Es el de Pichetto el único caso? No, claramente. Tal vez sea el más grave, por el espacio institucional que ocupaba y por la forma en que se dio. Pero los saltos intempestivos de un colectivo a otro, que en el pasado condenaron a un mediático profesional de la medicina al utilizar su apellido como la base de una nueva noción (la borocotización de la política), han sido frecuentes y no pueden ser consideradas sino como fraudes políticos. Estas formas variadas de estafa a las que nos hemos ido acostumbrando alcanzan también a quienes por ejemplo son electos o electas para un cargo que han decidido no ejercer, cambiándolo por otro de mayor rango. Es claro que en alguno de los dos casos estuvo o está ocupando un espacio que no le correspondía, en desmedro de otros u otras que por su culpa quedaron relegados.

Y de cara al electorado, está claro que el contrato cívico suscripto está siendo vulnerado o, al menos, que al ciudadano firmante no se lo anotició adecuadamente de lo establecido en la ‘letra chica’, con tramposa caligrafía.

Los sistemas

Si la idea es mejorar los sistemas políticos, hay mucho por hacer. En Entre Ríos, unos más, otros menos, la mayoría sufrió en el proceso provincial las avivadas que el actual régimen electoral habilita.

Analizar qué características deben tener las PASO para que sean una propuesta superadora de las viejas internas partidarias, es un buen inicio, en un contexto en el que es interesante que la sociedad política y no sólo los afiliados se expidan sobre determinadas ambiciones y proyectos. Ahora, dicho sea de paso, no es tanto la normativa electoral la que inmoviliza la vida de los partidos como cierta voluntad política que materializan los que ganan y que, por un motivo u otro, no combaten adecuadamente las expresiones minoritarias o emergentes.

En lo estrictamente vinculado a los actos eleccionarios, es el Estado el que debe ejercer la rectoría en la materia y garantizar la transparencia, dejándole a los partidos y candidatos la función de concentrarse casi exclusivamente en la difusión de las propuestas. Ese avance se logra con una boleta única, en papel, organizada por categorías.

Todas las discusiones que hoy atraviesa a “Juntos por el cambio” en Entre Ríos en cuanto a las posibilidades de “pegado” de las listas a la fórmula de Presidente y Vice es parte de la vieja política. De hecho, todavía una “mano invisible” resolverá quienes son candidatos clase A y quiénes no, sin que los ciudadanos tengan la opción de intervenir. Lo propio ha ocurrido en el proceso provincial con Creer Entre Ríos donde la competencia “de igual a igual” donde no hubo lista única fue más una construcción retórica que un hecho verificable.

Lo que se quiere indicar es que no se trata de un problema “partidario”, sino del cambio de una cultura instalada: sacar ventaja, con las armas que se precise. Habrá que ver quiénes estarán dispuestos a dar este debate por transformarla, en el corto plazo.

Mirador Entre Ríos
redacción-er@miradorprovincial.com

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