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Resulta que no estábamos tan solos

En una extensa entrevista brindada a este medio, el músico entrerriano Carlos “Negro” Aguirre, repasa su vida y sus proyectos; “Shagrada Medra”, “La Hora Azul”, los aprendizajes cotidianos de una vida más despojada, pero seriamente comprometida con sus pasiones y el palpitar de los días. Foto: Juan Vidal.

De ANÁLISIS

Por Sofía Arnaudín 

Las chicharras marcan el ritmo de la conversación en un mediodía que se esconde en las callecitas de Bajada Grande. Con el río cerca todo suena distinto; las palabras de Carlos caen de boca sobre la mesa con cierta plasticidad, como un suspiro alargado. Se detiene en cada una de las pasiones que dan sentido a los días, las describe, las sostiene entre sus manos y las brinda, con similar ternura.

“El Negro” -apodo que heredó de su padre y de su hermano- nació en la localidad de Seguí “allá me suelen decir “Carlitos”y los compañeros de la secundaria me dicen “Mono”, también herencia de mi padre y de mi hermano”; uno de los tantos colores que se asoman en una extensa entrevista brindada a este medio. Desde los cinco años que toca el piano y desde allí una vida de descubrimientos. Abrazar el instrumento en ensayos, prácticas, clases, en solitario y con otros; una y otra vez la elección de los caminos o los caminos que nos eligen; la importancia de quienes lo dictan, los vínculos, los viajes, quedarse o irse; el adentro y el afuera, disputándose y complementándose, con respeto.

Y en esa empresa, hay un profundo amor por la gestión de bienes y circuitos culturales. Es que, entre tantas cosas, el músico entrerriano, hace 30 años lleva adelante, junto a Luis Barbiero, el sello discográfico independiente, Shagrada Medra (https://shagradamedra.com.ar/). Desde ahí, han creado un universo sonoro con más de 80 discos editados en formato físico, provenientes de diferentes latitudes geográficas. Con el inicio de la pandemia, hace ya un año, el sello tomó otras dimensiones, un poco empujado por las incompatibilidades de la vieja normalidad, otro poco por un deseo latente de crear “un sello de fronteras abiertas”, según El Negro.

Es así que surge la idea de hacer una distribuidora digital, dando inicio a una cruzada que enfrentará junto con Oscar Vico, Matías Beltramino y Guillermo Hergenrreder, Luis Barbiero. Reuniones virtuales, capacitaciones, burocracia, pensarse como colectivo, buscar los canales de difusión, más burocracia, y “La Hora Azul”; un ciclo de escuchas que va todos los miércoles a las 22, desde el canal de YouTube del Sello, donde se presentan los discos editados y los nuevos lanzamientos. “Lo que se está armando internamente es hermoso y complejo a la vez. Cada persona está atenta a distintas cosas. Es un laburo que hacemos desde el sueño de que esa música corra, que se difunda. El músico queda un poquito relegado, pero en verdad yo quiero hacer eso”, cuenta, sentado en el comedor de su casa en Bajada Grande.

-¿Y cómo se convive con esas dos partes?

-Es complejo, siento que soy eso otro también. Siempre me gustó la gestión, lo he intentado en distintos ámbitos y con este siento que tengo como más que ver; me cuesta estar a la vez en las dos cosas. Hay semanas enteras que soy una cosa y semanas que soy otra. Cuando armamos la distribuidora fueron meses que estuvimos estudiando eso y varias reuniones virtuales por semana, además porque los gurises con los que encaramos este proyecto son de Rafaela. Como que me debato un poco en esas cosas, pendulando. Incluso con un costado literario; hace un tiempo que vengo escribiendo. En principio no tenía como el afán de mostrarlo, pero apareció un proyecto con un amigo que es Polo Martínez. Yo le mostré uno de esos relatos y a él le encantó y me dijo de hacerle unas músicas y la idea es hacer como un disco de eso. Entonces, hay épocas en las que eso me toma totalmente y ni siquiera estoy tocando. Y esto otro (la distribuidora) es como más frío, pero tiene su sesgo creativo de buscar cómo hacer para que las músicas lleguen a ciertas personas, generar vínculos, que es un poco lo que pasa en La Hora Azul. Pero quiero armar otras instancias, que la hora azul no sea la única pieza comunicacional del sello.

Un carro de venta de verduras interrumpe la charla con el megáfono, anunciando precios y ofertas. Resuena por toda la casa, rebota, silenciándolo todo. El “biorritmo”, dice Carlos, maravillado y retoma la conversación.

-Hay un grupo de discos que son los lanzamientos del año pasado. Mientras tanto, se siguen tejiendo otros discos que prontito van a salir, pero ya serían de este año. Con respecto a esos discos había una idea de entrevistas en vivo; tengo la idea de generar entrevistas entre los mismos integrantes del catálogo, lo cual internamente aspiro a que provoque más cohesión en el colectivo; no todas las personas conocen el laburo de la otra. Muchos se desayunan en la misma Hora Azul; me gustaría que se conozcan más entre sí para que eso contagie el hecho de que difunda cada persona en sus redes. Siento que van a surgir preguntas no tan habituales para la otra persona. Hay una discusión interna: a Luis Barbiero, le gustaría que queden las Horas Azul colgadas en el canal de YouTube, pero yo soy partidario de dejarlo en privado, porque como que por ahora estoy muy apegado a que se produzca el encuentro; si una persona lo mira en diferido no sucede lo que sucede cuando se arma en el chat.

 

Leyenda Reuniones vía Zoom del Catálogo de Shagrada Medra 

 

-Insistís de una manera muy hermosa con la comunión entre las personas…

-Sí, quise hacer esa experiencia con el disco que saqué con Yotam que como se editó en Japón, hicimos unos subtítulos con una traductora de Buenos Aires que siempre nos ayuda en el vínculo con el sello allá. Esa noche se sumó mucha escucha de Japón; nosotros tenemos como una especie de estadística de dónde eran las personas que estaban escuchado. Considero honestamente que la familia es mucho más grande. Me refiero a un tipo de abordaje, a una estética; somos un montón. Siento que hay una familia de escucha muy grande en el mundo, como que estoy ahora motivado con eso, de qué forma “La Hora Azul” puede ser replicada en otros países. Hay un chico que está viviendo en Nepal y se pone un despertador y en todas las horas azul está. Entonces estoy pensando mucho en de qué manera replicar eso. He ido algunas veces a Europa y siento mucha cercanía con ese público y con músiques de allá. Mi preocupación es ver de qué manera encontrar esos atajos para que el proyecto empiece a correr en otros lugares e incorporar esas expresiones.

Defender la localía

-Por qué elegís quedarte?

-Le doy prioridad a otras cosas. A los afectos, a los vínculos, a los proyectos. El sello; los grupos con los que toco. Lo vincular par mí ha sido como lo más fuerte. Y la ciudad tiene un biorritmo, “Bajada” es todavía más pueblerino, está medio desconectado, incluso. Hay una articulación entre la ciudad y el barrio; la gente camina por la calle y resuelve su economía en el barrio. Yo junto varias razones para ir al centro. Hoy voy al centro, es como un acontecimiento. Elijo eso porque me siento bien con esa dinámica. En algún momento de mi vida me gustaría abordar una vida todavía más despegada de la ciudad, tal vez en el campo, pero no sé. Estar cerca para poder hacer cosas, pero a la vez como apuntar al desarrollo de otras cosas. La gestión de tus propios alimentos; me imagino un espacio con una huerta, pero también como que hace un tiempo dejé de pelearme con esas cosas como que uno asume una vida de artista y se supone que eso implica un entrenar diario; a mí hace un tiempo que me apareció otro concepto que es que, en realidad, en la medida que uno haga con pasión y profundidad todo se integra a un mismo mensaje. Si el canal fuera la música, yo siento que allí suenan todas esas otras experiencias que uno hace. Darse la oportunidad de vivir plenamente las cosas.

 

Una suma de detalles

“Somos muchas cosas, eso es lo que aprendí con el tiempo”, dice, Carlos “Negro” Aguirrre, mientras reflexiona sobre su vida y sus sentires cotidianos. “Siempre está como el lamentarse de todo lo que estás dejando de lado, pero sos todo eso también”.

-Con la escritura me imagino que estás explorando todos esos universos desde otro lenguaje…

-Eso fue creciendo en mí, yo no me considero un escritor, sólo sé que me hace muy bien hacerlo. He mostrado algunas cosas en ámbitos muy íntimos. Todo vino a través de la canción, escribiendo letras, después empecé a desarrollar otras técnicas empíricas. Así como me siento a tocar, sentarme a escribir e intentar de decodificar otras lógicas, así como hago con las músicas cuando me siento a escuchar, intentando de decodificar cómo fue gestada. Lo que llamo la arquitectura de esas músicas.

-¿Y cómo definirías tu arquitectura?

-qué difícil. Intento de hacerme zancadillas en el sentido de no ir siempre por los mismos lugares, intento, no quiere decir que lo logre; trato de que una canción no sea igual a la otra. Sé que hay algunas cosas que me llaman la atención y me he detenido ahí. Un aspecto que constituye la música es la textura, el tejido que se arma entre los distintos sonidos, ese aspecto siempre me atrapó. Me maravilla ver la partitura, cómo es que se transforma en un hecho visual esa textura sonora. No sé si es complejo o simple lo que hago en ese sentido. Descubo un concepto y lo hago propio, para que salga algo que me den ganas de mostrar. De varias composiciones que hago muestro una, la que plasma de manera más feliz lo que quiero decir.

Preguntas de vida

-¿Te hubieses dedicado a otra cosa?

-de chico ya tuve un vínculo fuerte con la naturaleza. Yo me vine a Paraná con la idea de hacer un bachillerato biológico y parecía ser la orientación vocacional, pero desde los cinco años que yo toco el piano e inconcientemente como que ya era eso y acá conocí más personas que hacían música con las que podía compartir y estudiar juntos; eso llevó la balanza rápidamente para ese lado. Pero quedó como latente esa otra cuestión; desde que estoy en Bajada, empezó a surgir un vínculo muy fuerte con las plantas, hasta que en un momento me transformé en un germinador compulsivo de plantas. Me genera como una cosa muy emocionante tener la posibilidad de gestar una vida que ya está latente en una semilla y vos la estás propiciando. Siento que con un gesto muy pequeño que vos hacés para con cualquiera de estos seres hay una vuelta generosísima en flores, verdores. Se ha puesto como a la par de la música esa disciplina. Le doy un tiempo diario a eso. También por eso pienso en una vida más en el campo, a partir de este sentir, este vínculo que ha ido haciéndose cada vez más fuerte. Me he imaginado muchas veces con un vivero.

El Negro saca unos frasquitos de adentro del cajón de la mesa del comedor; contienen semillas que ha recolectado de las plantas de su jardín. Gira los frasquitos entre sus manos, que tienen una vinculación directa con la tierra.

-Sos muy dedicado con las cosas que amás; así como hablás del sello, hablás de los vínculos, las plantas…

-Cuento con la voluntad. De eso puedo tener como cierta confianza, como que no lo voy a abandonar en pleno proceso. Incluso hay algunos procesos que conscientemente congelo; visto de afuera sonaría como abandono, por ejemplo, a veces dentro del proceso de una canción uno se traba, y por ansiedad uno trataría de resolverlo rápidamente. Yo siento que hay veces que los tiempos creativos merecen ser atendidos. Por ahí un proceso implica que pares y hagas otra cosa, que la cabeza se oxigene con otras actividades; de repente volvés a tomar esa canción y encontrás la manera de resolverlo, o no, y todavía hay que hacer otros procesos más. Parecería como un parate, pero es un parate consciente.

La conversación se va encastrando a medida que las palabras avanzan. “El río es un paisaje muy difícil de retratar porque presupone un movimiento; cuando lo querés apresar no está ahí”, reflexiona, mientras habla de fotografía, otra instancia que lo atrapa.

-¿Decís que con la música es diferente retratar el río?

-Bueno, en la música hay una temporalidad que sucede, un transcurrir. Un cuadro de un solo vistazo lo ves en su totalidad, en cambio en la música tiene que transcurrir un minutaje o un tiempo para que vos puedas tener una idea.

-tiene que correr, como la corriente.

-exacto. En expresiones donde el tiempo es una variable, se puede acercar, pero no me animo a declararlo como algo tan contundente. Siempre hay una intermediación de una persona que te está vendiendo un paisaje, pero el paisaje está dentro tuyo. Hay un libro de Juanele (Ortiz) de entrevistas que le hacen distintas personas, una de ellas, de Hugo Gola; esa entrevista es totalmente sabrosa. Ahí Juanele dice que él siente que de alguna forma hay una intermediación entre el que escribe y el río, entonces por eso él persevera en esa imagen, porque siente que todavía no lo termina de describir bien, pero a la vez dice que el día que se pueda fundir con ese paisaje y no necesite las palabras, que sea parte del paisaje, no desde un lugar arrogante, sino de fundirte y ser como una arenita, ese día él va a dejar de escribir. “En realidad, uso las palabras porque todavía no me puedo fundir con el paisaje”, dice. Entonces, como que el arte no llega a la traducción total de las cosas. Eso me encantó porque yo siento que es así. Por eso también no me asusta el hecho de pasar por épocas donde ni siquiera me siento al piano porque como que él me brindó un permiso para ver de otra manera el hecho artístico. Yo te podría decir: estoy estudiando y capaz que estoy sentado a la vera del río contemplando, para mi eso también es estudiar. Antes no lo podía ver a eso. También con el tiempo fui acercándome más a la canción, no llevo una vida de pianista, que es una vida bastante avocada. Yo creo que mi camino está más por el lado de la gestación.

-Pareciera como un gran ritual; un estar consciente de lo que estás haciendo y por qué.

-yo fui aprendiendo eso, no fue siempre así. No es que estoy en un modo zen todo el tiempo. Por ahí hay cosas que me pasan por encima y por ahí me suena la alarma y me rescata, por suerte. Justamente menciono ese libro porque cada vez que me suena una alarma voy a ese libro y leo otra vez esa entrevista, porque siento que hay como un norte que me vuelve a poner en eje. Hay una cosa de incompletitud permanente que es el motor de seguir gestando. Ante una nueva canción o relato es como la nueva oportunidad que te das de hacerlo bien. Que todo eso que encontrás en la gestación anterior, a ver si esta me sale mejor. Y a la vez esta gestación inaugura un nuevo filtro y en base a ese filtro todo lo anterior me parece deficiente. De todas maneas, así es el camino. Estoy contento con las cosas que he hecho. Yo sé que las hice con todo lo que en cada momento podía hacer. Hice lo mejor que pude en cada momento y con eso me quedo contento. Tampoco me creo que esté haciendo algo tan importante. (Risas) son procesos importantes para mí, salgo transformado de ahí.

-Entonces, la creación es para verse…

-Uno lo hace con la intención de compartir, pero el filtro de uno mismo es tal vez el más severo. No te podés escapar de vos mismo. Está bueno que exista la preocupación de hacerlo lo mejor posible, como que al juez hay que ponerlo en su lugar, es un buen motor, pero hasta ahí no más. Eso ha hecho que los procesos sean cada vez más largos, pero desde el disfrute. Eso también fue algo que logré modificar; muchas veces la escuela artística en todas sus disciplinas es una escuela de la cual comparto el rigor, pero no los modos. El placer no estaba contemplado como un motor del aprendizaje. Yo vengo un poco de esa escuela y para mi fue bastante tiempo el que me llevó poder verlo.

-Siempre está la idea de que hay que llegar a algún lugar…

-ese es el punto más groso, tal vez y es un error muy grande porque en eso se pierde el proceso. Hay como una necesidad de cerrar algo, como la demanda del afuera, como si yo este año no muestro un tema nuevo pareciera que estoy inactivo, pero en realidad viviste un montón de procesos y cosas que están buenísimas, pero que no dieron como resultado una obra, entonces se antepone el resultado al proceso. Se pierde lo más rico de ser parte de la música. Y ahí empezás a olvidarte por qué era que tocabas. Creo más que nada en la posibilidad de detenerse y la ansiedad es una personita que hay que poner en su lugar.

 

Descubrí la importancia del proceso

-¿cuál fue tu impulso primero que te acercó a la música?

-Jugar. Siento que me gustaba mucho. Es herencia de mis viejos también. Si bien ninguno de mis viejos tocaba, se escuchaba mucha música. Para un niño tal vez con el estímulo de la escucha diaria, surgen como naturalmente las ganas de apropiarse de alguna forma.

-¿Volvés a Seguí?

No como quisiera. Justamente vengo hablando mucho con Tavo Bolzán (dibujante oriundo de Seguí), pidiéndole que me ayude a gestar cosas allá, con más frecuencia. Como él no perdió el anclaje más cotidiano, le pedí que inventemos cosas como pretexto para estar más allá. Extraño el lugar y a mucha gente puntual que quiero mucho. Pasa que la dinámica de las cosas que estoy haciendo me llevan un poco a otros destinos. Yo les comparto a algunos queridos y queridas amigos de Srguí para hacerlos partícipes. La virtualidad hace que uno reuna a gente que quiere de lugares muy distantes. Es esa familia ampliada que uno tiene, que a veces genera cierto dolor no poder reunir a todas esas personas. “La Hora Azul” es una cosa que permitió justamente esa reunión.

-¿Extrañás tocar en vivo?

Sí, de todas maneras, siento que no es lo más fuerte en este momento de mi vida. Lo hago y lo disfruto un montón. En este momento conecté tanto con otras cosas que disfruto mucho de los ensayos, del laboratorio. Tanto con el Quinteto de Guitarras como con Almalegría, que son dos laboratorios para mí. En el momento que convoqué a ambos proyectos lo hice expresándoles claramente que tal vez con esos grupos no saldríamos tanto a tocar, sino que tenía unas ganas de estudiar juntes; estoy como re agradecido de haber encontrado personas que resuenan en ese sentido y no siento ninguna presión por parte de nadie de tener que generar toques y eso.

Resulta que no estábamos tan solos…

Vínculo con Japón

-Es gente como muy sensible y apasionada por la música, muy melómana y hay un entorno que tiene una pasión muy grande por la música de Latinoamérica. Yo tuve la suerte de que disco Crema llegue a Japón a través de una edición que hizo Benjamín Taubkin, un pianista que tiene un sello también en Sao Paulo, que tenía una ligazón con ese país. Ahí se enteran que Crema, en realidad, originalmente pertenece a Shagrada Medra, entonces en un momento empezaron a interesarse por ver qué otras cosas había en el sello. Dio la casualidad que uno de los que más difundió el disco Crema en ese país, fue un querido amigo que en ese momento trabajaba en una de esas tiendas de discos muy grandes. Él estaba a cargo del quinto piso que estaba específicamente dedicado a músicas del mundo. La cosa es que él empezó a difundirlo dentro de los compradores habituales de la tienda y entonces corrió un montón ese disco; se animó a empezar a importarlo, hasta que se hizo una edición allá, entonces ya nos pusimos en contacto directo. Nos pidieron más material y hablamos con los músicos. Le mandamos una caja con todo lo que había editado y de repente empezaron a pedir muchos títulos. En un momento pidieron Luz de agua el trío de Sebastián Macchi, Fernando Silva y Claudio Bolzani, que el primer disco fueron músicas de poemas de Juanele y encontraron mucha semejanza con mucho de la poesía de allá. Empezaron a leer Juanele; en varias oportunidades hemos recibido a gente de allá en nuestras casas que querían conocer el entorno para entender un poco más profundamente la poesía y la música nuestra. Es un vínculo profundo, como que supera esa categorización de consumidor y músico. La sostenemos a diario, todo el tiempo nos estamos mensajeando. Podes sintonizar con una persona que está del otro lado del mundo, pero con mucha cercanía. Saber que hay almas que resuenan con esta música en cualquier parte del mundo.

Lanzamientos “La Hora Azul”

“Andorinha”, por Flor Sur Cello Trío

“Aguasílabas”, por el Sebastián Macchi Trío

“Sabias”, de Tere González

“Poesía”, por Lilia Salsano

“Cosseyá”, del Lautaro Michaux Trío

“Bilocada”, de Monique Fernández

“Emparche”, de Emparche, ensamble de percusión

“En el jardín”, de y por Yotam Silberstein y Carlos Aguirre

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