La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas se encargó de investigar y echar luz sobre los crímenes de lesa humanidad perpetrados durante la última dictadura cívico militar.
Raúl Alfonsín fundó, el 15 de diciembre de 1983, la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). La misma se encargó de investigar los crímenes de lesa humanidad y violaciones a los derechos humanos perpetrados entre 1976 y 1983 durante la última dictadura cívico militar autodenominada Proceso de Reorganización Nacional.
Tras un año, la CONADEP recorrió a lo largo y ancho del país en busca de recolectar información y testimonios de sobrevivientes de la dictadura, familiares de desaparecidos y de los mismos represores que, bajo el pretexto de “eliminar la subversión”, cometieron los hechos más oscuros ocurridos en nuestro país.
El 20 de septiembre de 1984 la entidad dio a conocer sus conclusiones y, por primera vez, se demostró y comenzó a hablarse del carácter sistemático y masivo de la represión militar, que sería clave para el posterior Juicio a las Juntas.
Ese mismo día, junto a las conclusiones y al informe que aseguraba la existencia de 8961 desaparecidos y de 380 centros clandestinos, el escritor Ernesto Sábato dio un discurso que sería clave para la posterior publicación del libro Nunca Más, que comprimió las dos palabras que buscan apelan al recuerdo y al repudio de lo sucedido durante esos siete años donde la democracia.
En su discurso Sábato inmortalizó en la cabeza de los argentinos: “Nuestra Comisión no fue instituida para juzgar, pues para eso están los jueces institucionales, sino para indagar la suerte de los desaparecidos en el curso de estos años aciagos de la vida nacional. Pero, después de haber recibido varios miles de declaraciones y testimonios, de haber verificado o determinado la existencia de cientos de lugares clandestinos de detención y de acumular más de cincuenta mil páginas documentales, tenemos la certidumbre de que la dictadura militar produjo la más grande tragedia de nuestra historia, y la más salvaje. Y, si bien debemos esperar de la justicia la palabra definitiva, no podemos callar ante lo que hemos oído leído y registrado; todo lo cual va mucho más allá de lo que pueda considerarse como delictivo, para alcanzar la tenebrosa de categoría de los crímenes de lesa humanidad. Con la técnica de la desaparición y sus consecuencias, todos los principios éticos que las grandes religiones y las más elevadas filosofías erigieron a lo largo de milenios de sufrimiento y calamidades fueron pisoteados y bárbaramente desconocidos“.