Se llama Marcos Rojo y se sumó al equipo de Unión del Suburbio de Gualeguaychú. Tomará parte de un torneo de una liga afiliada a la AFA.
Marcos Rojo se para en el área pelada del Cementerio de los Elefantes, como le dicen a la cancha de Unión del Suburbio, ahí donde el pasto dejó de crecer y sólo hay tierra. Acaba de sumarse a este club en Gualeguaychú, donde nació y se crió, y va a patear. En realidad, no importa si será gol o no. El delantero de 20 años decidió afirmarse y levantar la cabeza en el corazón mismo del machismo: es el primer varón trans en ser parte de un equipo masculino de fútbol. Entre o no la pelota al arco, su batalla ya está en curso.
Marcos es Marcos desde que tramitó su DNI gracias a la Ley de Identidad de Género, hace dos años. El fútbol había aparecido en su vida mucho antes.
Vocación. Hijo mayor de una familia de cinco hermanas y hermanos, eligió el área por vocación, desde que era chico. Se había probado como número 5 y como enganche, pero hacer goles lo entusiasmó. A los 15 empezó a jugar en un equipo de mujeres, Las Toritas, al que llegó por la invitación de un conocido de su tía. También jugaría con mujeres en Pueblo Nuevo y Xeneize. En 2016, con Las Toritas, fue goleadora y se llevó el premio a la mejor de la temporada. Pero todavía no había podido hablar con su familia para contarles quién era.
«Desde que tengo uso de razón yo sabía lo que quería. Pasa que pensé que mis viejos no me iban a apoyar. A los 17, cuando estaba en cuarto año, pude hacerlo. Les dije que era varón. Antes había algunas personas que hacían comentarios, en el colegio o en la calle. Cuando lo dije estuvo todo bien. Mi mamá me insistió con lo del DNI porque decía que así nadie me podía decir nada», le cuenta Marcos al diario La Nación.
Apoyo. El impulso de Norma fue clave. Fue ella quien se acercó a la escuela para hablar con la directora y establecer un diálogo. Ahí, por ejemplo, eligió a qué baño iría. Juan, su papá, que trabaja en una gomería, también acompañó. Marcos los iba a necesitar cuando diera el salto y empezara a jugar al fútbol con varones, poco tiempo después.
«Eso fue complicado -cuenta-, yo recién empezaba. Me mandé de una y la verdad que la mayoría de los jugadores no entendía. Tampoco querían entender. ‘El fútbol está hecho para hombres’, me decían. No aguanté ni un mes». El paso de Marcos por el club Juvenil del Norte duró menos de 30 días: la discriminación, el bullying y la transfobia hicieron que se recluyera. Ahí dejó el fútbol.
Lugar. La diversidad parece no tener lugar en el fútbol practicado por varones. En la Argentina nunca en la historia, por ejemplo, hubo un jugador que se asumiera homosexual públicamente. En ninguna categoría. En un mundo en el que la diversidad está presente, la estadística llama la atención. Las canciones de cancha tienen letras machistas, homofóbicas y racistas.
En el fútbol masculino, si alguien se lesiona seguido es tildado de «nena», si pierde es «puto», si no se pelea a trompadas es «cagón». El sistema que rodea a la pelota construye «machos de verdad»: un tipo de masculinidad que necesita ser repensada. Por historias como la de Mara Gómez, que quiere convertirse en la primera futbolista trans del fútbol femenino de Primera de AFA, con Villa San Carlos. Y también por la de Marcos Rojo.
«Me gusta que se conozca mi historia porque quizá sirve para demostrar que se puede. El mundo tiene que darse cuenta de que todas las personas somos iguales y que tenemos derechos. Pensá que yo estuve un año sin jugar después de pasarla mal en aquel club y acá estoy”.
Fuente: La Nación