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Después del virus

La pandemia en curso obligó a casi todos a atrincherarse por miedo contra un peligro invisible que amenaza desde todas partes. El gobierno acompañó el control social con medidas de refuerzo, como restricciones o anulaciones por decreto de los derechos consagrados en el artículo 14 de la Constitución: de trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y aprender.

Se crearon además aduanas interiores de hecho y la obligación de usar barbijos y mantener el prójimo a una distancia saludable. Al estrago económico se suma la perspectiva de una hiperinflación en ciernes, cuyo síntoma actual es el valor del dólar informal y el retaceo en la venta de ciertos productos por incertidumbre en los precios.

Anticipando el porvenir, el jefe de gabinete, Santiago Cafiero, vaticinó que la Argentina “se va a pegar un porrazo enorme”, con culpable identificado: la pandemia.

Todo el sufrimiento actual, la desocupación, el encierro, las quiebras, los daños a la salud ajenos al virus, provocados por una cuarentena interminable, no parecen nada en comparación con la “enormidad” que ve Cafiero en el futuro próximo. A diferencia de un slogan de campaña política reciente, ahora “lo peor está por venir”, a pesar de que la economía actual ya está por debajo de la crisis de 2001

La economía mundial, que ya venía vapuleada desde la crisis de 2008 y tuvo su antecedente mayor en 1929, está en recesión, de modo que las previsiones son pérdida para todos, salvo para los especuladores.

Quedate en casa
La gente de pronto debió protegerse de un virus temible, de un peligro de muerte preguntándose quizá por qué debía encerrarse cuando todo parecía andar bien.

Pero el virus era el pretexto y el hombre común la víctima; el problema era el giro que venía tomando la especulación mundial, que ya no podía seguir el camino que llevaba, mostraba signos de agotamiento. El sistema del que viven los financistas está basado en números de fantasía en la pantalla del ordenador, que no se corresponden con el valor de nada real, son pura especulación.

Hay en marcha una crisis civilizatoria que avanza muy velozmente con el debilitamiento de la clase media, el crecimiento de las desigualdades, los ajustes incesantes, y el imperio del neoliberalismo.

Peste y democracia
La opinión pública como sustrato de la democracia está en declinación. La opinión se puede manipular y las masas se pueden llevar y traer, como demostró la peste. La racionalidad instrumental permite la manipulación de toda la población y reduce los ciudadanos que deberían ser criteriosos a masas confundidas, controlables, administrables y dominables.

Ya no se puede pedir conciencia cívica a masas que han retrocedido a la condición de consumidoras pasivas, sometidas a una maquinaria anónima que las condiciona según los fines de la racionalidad instrumental.

Los políticos representan un poder que no radica en ellos, por lo que pueden ser seres tan mediocres y anodinos como se quiera. Por eso la democracia como la supuso la ilustración es ya cosa de un pasado que se llevó con él la consciencia madura de los que deberían controlar al gobierno; es una ficción porque el rebaño es incapaz de reconocer las amenazas reales, está deseoso de distracción o abrumado por tareas embrutecedoras y es manipulado por los medios de prensa que desinforman y fomentan la irracionalidad y la inconsciencia.

La crisis antes del virus
A finales de los 70, el capitalismo financiero se enfrentó con el límite del crecimiento. Pudo encontrar una solución transitoria cuando cayó la Unión Soviética y se apoderó del 40 por ciento del mercado mundial. Pero el problema estaba solamente diferido y volvió a presentarse en 2008, pero sin perspectivas de nuevas expansiones.

El modelo económico está en una quiebra de la que no puede salir por mucho que se impriman dólares, que desde que no hay respaldo oro son apenas papeles de colores. Con mucha más razón no ofrece ninguna solución la impresión de billones de pesos en pocos meses en la Argentina, que debe acudir a imprentas brasileñas de billetes porque las locales no dan abasto.

La crisis está siendo resuelta por los dueños del poder mediante el desconocimiento práctico de la soberanía popular y de los mecanismos de legitimación del poder, que ha dejado de tener rostro humano para tomar otro tecnológico e impersonal, que ya se ve como normal.

Una devaluación billonaria
La primera moneda de circulación nacional fue el peso moneda nacional, en 1881. Luego vinieron el peso ley 18.188 de 1970; después el peso argentino del 83; el austral del 85 y el peso de1992.

No tiene mucho sentido la equivalencia entre el valor del dinero en 1881 y el actual, pero teniendo en cuenta la magnitud de las devaluaciones al paso de una denominación a otra, un peso de los tiempos de Roca valdría un billón de pesos actuales, es decir, un número con 12 ceros.

Cuando parece que entraremos en otra hiperinflación porque el Estado no tiene instrumentos para frenar el alza de los precios y no deja de imprimir billetes a la máxima velocidad posible, la recomendación de ahorrar en pesos -que nadie considera- parece una invitación a perder todo, justo en boca de los que en tiempos menos convulsos tienen como ley económica que el dinero es muy cobarde y huye ante el peligro.

Mientras en la Argentina el panorama es oscuro, no es muy diferente en el resto del mundo, quitando la inflación. La lucha actual en los Estados Unidos no es electoral entre republicanos y demócratas, sino entre modelos económicos: el globalista financiero y el continentalista industrial.

El pasado no vuelve
Es posible que cuando la virulencia del Covid 19 ceda, no volvamos nunca a nuestra vida corriente anterior, porque el mundo está sufriendo un reformateo económico con un pretexto sanitario que permite la manipulación de la población por el miedo.

Hay miles de millones de personas que andan por el mundo como zombis sin entender bien qué pasa, pero están cansadas y en la miseria y sobre todo, dispuestas a entregar la libertad por una vacuna.
De la Redacción de AIM.

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